Una mirada política de la Historia Argentina. Tercera Parte

La «guerra fría». Las Fuerzas Armadas como factor de poder. La clase media: un problema político sin resolver. Mitos, leyendas y realidades de la Resistencia Peronista. Un nuevo sindicalismo. ¿Democracia con proscripción? El cordobazo. “Cerco a la dictadura militar”. La aparición de una joven generación. Las organizaciones armadas. La vuelta de Perón.

 

El general Eduardo Lonardi aparece encabezando el golpe de estado y también obtiene una plaza de Mayo llena para saludarlo, a pesar de lo cual, poco dura en el gobierno y Perón sostiene tres meses después del golpe de estado: Se trata de un pobre hombre sin prestigio ni arraigo, ni en el Pueblo ni en el Ejército. Fue el producto de las circunstancias .

Más allá de toda previsión, este golpe inauguró un largo proceso de inestabilidad política y económica, marcado por el autoritarismo, la falta de toda democracia real, en definitiva se abre una crisis de ingobernabilidad que durará 18 años.

Pese a lo que las apariencias pudieran señalar y muchas veces se ha sostenido, Perón opina que no hubo intervención estadounidense en el golpe de estado. En un reportaje realizado el 29 de julio de 1956 en el diario «La Nación» de San José de Costa Rica, Perón declara que fue Gran Bretaña quien tuvo intervención. Sin embargo, la caída del gobierno peronista llevó de un modo inevitable a un acercamiento con los Estados Unidos en el plano estratégico y en el económico, por parte del régimen militar surgido del golpe.

Desde la oposición, Federico Pinedo planteaba en 1953, una postura conciliadora entre oposición y gobierno, proponiendo una salida política «gradual», convergente con la propuesta por los diplomáticos estadounidenses en sus informes secretos, quienes apostaban a una evolución «institucional» de la mano de las Fuerzas Armadas que, evitando un enfrentamiento abierto, hiciera «caducar» al Peronismo mediante un «gradualismo» que evitara la radicalización del proceso político y las perspectivas de una desestabilización en el plano regional. Los EE.UU. no consideraban a Perón un aliado sino un díscolo, pero no le interesaba producir una guerra civil en Argentina con incierto resultado.

Tras el triunfo del golpe de estado e instalado Lonardi en el gobierno, se intenta adoptar una política «blanda» con el lema: ni vencedores ni vencidos, ello significaba no producir cambios bruscos en la política del Gobierno, particularmente en la política social, para mantener una buena relación con los trabajadores lo cual acerca esta postura a los intereses estadounidenses pero, detrás del mismo presidente «de facto» hay un «ala dura» alineada detrás del general Pedro E. Aramburu y el almirante Isaac Rojas que quieren instrumentar medidas más drásticas. En realidad la situación era compleja: los nacionalistas católicos antiliberales, que apoyaban el golpe querían «desperonizar» a los trabajadores, prosiguiendo bajo su propia dirección buena parte de la revolución social y económica; por su parte, los liberales, sentían la necesidad de reducir el poder del Movimiento Obrero Organizado, desarticulando el sistema social creado durante el gobierno de Perón. Los dos meses de gobierno de Lonardi transcurrieron en ese tensionamiento si bien, él pensaba que con el apoyo de la CGT no habrá problemas pues su intento será ganarse a los dirigentes peronistas moderados llevando adelante un proceso de «desperonización gradualista».

Para llevar adelante dicho plan nombra como ministro de Trabajo a Luis B. Cerrutti Costa, de extracción nacionalista católica que había apoyado a Perón en los primeros años. A la semana, el sector «duro» da un contragolpe a la política «gradualista» mediante una campaña de difamación de la figura de Perón y Evita por medio de la exposición de sus ropas y bienes con la intención de realizar una «acción psicológica» que mostrara -irónicamente- al líder de los trabajadores y su esposa en medio del oropel, como así también, exhibían supuestas cartas de amor de Perón con amantes adolescentes. Hoy se diría que esto fue un operativo de prensa que las agencias noticiosas desperdigarán por el mundo. A su vez, ello «tapaba» el asalto por las armas que sindicalistas antiperonistas y la Federación Juvenil Comunista realizaba a distintos sindicatos en el mes de octubre de 1955.

24 de septiembre de 1955, el anti-peronismo
llena la plaza de Mayo

Mientras tanto, el gobierno del golpe de estado destituye cuatro de los cinco miembros de la Corte Suprema y el 19 de octubre, cuando un periodista consulta al general Lonardi sobre la fecha electoral que se había prometido a la brevedad, éste responde con evasivas. Las promesas del presidente naufragan una tras otra. Los miembros nombrados «ad hoc» por el gobierno que conformaban una Comisión Investigadora arrestan sin derecho alguno y determinaban autoritariamente que los 300 miembros y ex-miembros peronistas de la Legislatura sean declarados traidores a la Patria, recomendando que se les aplique prisión perpetua.

Se inicia entonces en forma clandestina y espontánea la denominada «Resistencia Peronista». El espíritu de la misma aparecerá simbólicamente expresado en un graffiti pintado en la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe) donde se decía: «los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora, villa Manuelita no» (la villa mencionada era un barrio carenciado del sur de Rosario).

El escritor Tomás Eloy Martínez recuerda su época de «colimba» ocurrido en el año 1955 en San Miguel de Tucumán. Aparece así la visión de un joven de 21 años (edad en la que se prestaba dicho servicio) que recuerda que habiendo salido como leal vuelve a entrar a la ciudad como rebelde triunfante y -rememora- nos recibieron con lluvias de flores y ramitas de laurel. Habían desplegado un gran letrero en el que se leía: «¡Bienvenidos! Gloria al Ejército vencedor» -agregando más adelante- ante la puerta del Comando pasaban autos descapotados arrastrando bustos de Perón y Evita. Sin embargo, también vi a gente que lloraba en las paradas de los ómnibus suburbanos. Desde los techos donde montábamos guardia, descubrí a un par de albañiles mientras recogían de la vereda los pedazos destruidos de un busto de Evita guardándolos en una bolsa. Una semana después de la caída de Perón, cuando pensábamos que ya todo había terminado, nos ordenaron formar en fila en el patio con uniforme de fajina. Cuando supe que debíamos reprimir una manifestación de dos mil obreros que avanzaban desde los ingenios hacia San Miguel de Tucumán, cantando la marcha peronista, sentí miedo. El odio de unos contra otros era tanto que esta vez -me dije- solo podía terminar en muerte. Este era el clima que podríamos caracterizar como aquel que más cerca nos colocaba de una guerra civil.

Habrá un nuevo intento de frenar a los «duros» y el 12 de noviembre de 1955 Lonardi reemplaza al ministro del Interior, el liberal Eduardo Busso por el nacionalista Luis María de Pablo Pardo (padre del economista). Como respuesta a ello renuncia prácticamente la totalidad de los miembros de la Junta Consultiva Nacional donde estaban representados los partidos y sectores de oposición al Peronismo. Lonardi se queda sin apoyo.

El conflicto es rápidamente resuelto el 13 de noviembre, con el reemplazo del general Lonardi por el general Aramburu en la presidencia y el almirante Rojas como vicepresidente, iniciándose una política de «desperonización drástica» del país, inspirándose en el modelo seguido para la «desnazificación» en Alemania. La situación era sintetizada por dos expresiones de un dirigente del partido Comunista, Américo Ghioldi, quien expresara: se acabó la leche de la clemencia para justificar la represión y muerto el perro se acabó la rabia, esto es, desaparecido Perón se esfumarían los malignos efectos sobre la sociedad que se le atribuían .

Inmediatamente se impuso el control del estado a los diarios «El Líder» y «La Prensa» que eran la voz de la CGT. Se reemplaza a Cerrutti Costa por el anti-peronista Raúl C. Mignone; se declara ilegal al Movimiento Obrero Organizado interviniendo militarmente la CGT -que quedará a cargo del capitán de navío Alberto Patrón Laplacette- y sus filiales del interior, avasallando los derechos sociales y la libertad de organización de los individuos, deteniendo a su vez, a los sindicalistas Andrés Framini, J. Natalini, José Espejo, Eduardo Vuletich, Hugo Di Pietro, José Alonso junto a 2.200 dirigentes más que fueron recluidos en el penal de Ushuaia.

 

Pedro E. Aramburu e Isaac Rojas

Lonardi será reemplazado por el general Pedro Eugenio Aramburu como presidente, manteniéndose el almirante Isaac Rojas como vice-Presidente.

Por decreto 9.270/56 se admite la existencia de más de un sindicato por rama de actividad y por el mismo decreto, se prohíbe la participación política de los gremios.

Poco tiempo después, el matutino «La Prensa» resumirá el pensamiento de los «duros» en un editorial titulado «Reaparición de las tolderías» donde se afirma: Tenemos un problema grande que resolver y que debe ser encarado con un concepto de solidaridad social y de amor al prójimo. El estímulo de las actividades rurales es un primer paso del cual pueden esperarse buenos resultados» propiciando una «vuelta al campo . Lo que en un lenguaje sin ambigüedades significaba «devolvamos los «cabecitas negras» al campo».

El golpe de estado de 1955 a la vez que puso fin a la primer experiencia de gobierno Peronista en beneficio de sectores tradicionalmente dominantes en la economía y la sociedad, expresó de modo similar a otros golpes de estado argentinos posteriores una confluencia de fuerzas que buscaron dirimir en un nuevo terreno político su pugna por el control del país. Podemos detenernos aquí para remarcar el nuevo papel que asumen las Fuerzas Armadas a partir del comando triunfante con el golpe de estado: a) es una camarilla militar ligada a intereses políticos y económicos anti-populares; b) coloca de hecho a una institución que es parte del estado nacional como factor de poder dentro del juego de relaciones políticas del país; c) coloca al comando de las Fuerzas Armadas como órbita política propia y por lo tanto, transforma en formal su subordinación constitucional al presidente de la Nación.

El 30 de diciembre de 1955 se disuelve la CGE e igual destino corre el Instituto de la Productividad que había sido la consecuencia del Congreso de la Productividad y el Bienestar Social. Mientras tanto, la Unión Industrial Argentina (UIA) quedará como única expresión del empresariado.

Intentando construir una concertación de las políticas económicas, el Gobierno crea la Comisión Asesora de Economía y Finanzas, cuyas funciones eran emitir opinión sobre todos los asuntos que le sometiera el Gobierno Nacional. La misma estaba compuesta por empresarios agrícola-ganaderos, miembros de la Bolsa de Comercio, bancos, industriales, cooperativas, seis representantes por los trabajadores, dos por los periodistas y cuatro profesionales del área económica. Este organismo no realizó tareas de mayor envergadura, básicamente, por la nulidad de su representatividad ante la proscripción de dirigentes y organizaciones realizada por el gobierno «de facto».

La historia argentina entre 1955 y 1973, denominada en el lenguaje peronista como los dieciocho años de lucha, está hegemonizada por una discusión en la sociedad argentina sobre quien era capaz de concentrar el poder que permitiera gobernar nuestro país: por un lado se encontraban los “gorilas” y todos los partidos políticos y por el otro el Peronismo –al que acertadamente Jorge Luis Borges lo definiera como incorregible-, pero no se trataba de una cuestión a la que la sociedad argentina podía ver como externa, era una discusión del más alto nivel en el seno de la ella misma. Tampoco se trataba de dos proyectos, había un proyecto peronista y una oposición a ello que no lograba plasmarse en una unidad orgánica o en una propuesta unificadora. Quizás los únicos que poseían alguna visión más o menos estructurada eran los radicales que se encuadrarán detrás de Arturo Frondizi; ellos aparecían en un momento en forma coincidente con las que en EE.UU. sostienen los demócrtas.

Como parte de la represión y la mentalidad “gorila”, se sanciona el decreto-ley 4.161/55 que considera violatoria la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones «peronismo», «peronista», «justicialista», «justicialismo», «tercera posición», la abreviatura «P.P.», las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales denominadas «Marcha de los Muchachos Peronistas» y «Evita Capitana» o fragmentos de las mismas, la obra «La Razón de mi Vida» o fragmentos de la misma y los discursos del presidente depuesto y de su esposa o fragmento de los mismos». Aquel que infligiera este decreto-ley era pasible según el mismo a ser condenado «con prisión de 30 días a 6 años y multa de $ 500 a $ 1.000.000. Además, con inhabilitación absoluta por doble tiempo que el de la condena para desempeñarse como funcionario público, dirigente político o gremial .

Toda esta cuestión de nombres tiene que ver con una ingenua traspolación del proceso de “desnazificación”; lo que no lograban ver es que Hitler perdió la guerra, Perón no. Por eso cuando se intentaba borrarlos símbolos y dejar sin palabra al Peronismo, éste se repliega sobre sí, esconde las fotos y los libros y se mantiene a partir de las relaciones de confianza personales del asentamiento territorial. Lo que estos militares y políticos no comprendían es que era imposible volver a una situación previa a 1943. Aparece así una suerte de mecanismo de defensa por lo que todo término descalificatorio hacia el Peronismo es comprendido por éste con signo contrario y cada anulación, cada tachadura sirve para sacralizar el símbolo de lo ausente, convirtiendo la ausencia en la plenitud de una presencia invisible tanto más fuerte cuanto se define por un silencio obligado.

  • La «guerra fría».

Franklin Roosevelt, Winston Churchill y Josef Stalin, prometieron elecciones libres en todas las naciones liberadas de Europa tras la guerra. Pero las fuerzas soviéticas impusieron dictaduras comunistas en Europa oriental.

La muerte de Roosevelt privó a Stalin de un interlocutor privilegiado, pues su sucesor, Harry S. Truman, estaba marcado por un profundo anticomunismo y supuso, la instalación permanente de la controversia, iniciada de forma clara y definitiva en 1947, tras un rápido proceso de deterioro en las relaciones de los antiguos aliados, la guerra fría alcanzó su cenit en 1948–53.

 

Cumbre de Theran: Churchill, Roosevelt y Stalin

 

El término «guerra fría» fue por primera vez utilizado por el escritor español Don Juan Manuel en el siglo XIV. En su acepción moderna fue acuñado por Bernard Baruch, financiero y consejero demócrata del presidente Roosevelt quién utilizó el término en un debate en 1947 y fue popularizado por el editorialista Walter Lippmann. Este concepto designa esencialmente la larga y abierta rivalidad que enfrentó a EE.UU. y la Unión Soviética y sus respectivos aliados tras la Segunda Guerra Mundial. Este conflicto fue la clave de las relaciones internacionales mundiales durante casi medio siglo y se libró en los frentes político, económica y propagandístico, pero solo de forma muy limitada en el frente militar.

La Doctrina Truman tenía dos objetivos: enviar ayuda estadounidense a las fuerzas anticomunistas de Grecia y Turquía y crear un consenso público por el cual los estadounidenses estarían dispuestos a combatir en un supuesto conflicto. Consecuentemente con ello, Truman ayudó a crear la OTAN y a establecer una Alemania Occidental independiente.

La situación de tensión fue ganando intensidad con la crisis de Berlín (1948) el triunfo de las fuerzas comunistas en China (1949) y la llamada cuestión iraní , aparecen luego la guerra de Corea (1950-1953), el conflicto de los misiles cubanos (1962) y la guerra de Vietnam (1968-1975) .

 

 

Tropas estadounidenses durante la guerra de Corea

Es muy importante que comprendamos en que consistía esta rivalidad: ella surge con un sistema de poder bipolar. Esto es, la división del mundo en dos grandes zonas de influencia (e injerencia) que Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) acuerdan, fundamentalmente en las Conferencias de Yalta (URSS) y Postdam (Alemania). Los acuerdos serán reconfirmados en 1972 con la firma del Strategie Arms Lomitations Treaty (SALT I), el Anti-Ballistic Missile Treaty (ABM) y en 1974, la conferencia entre Leoniv Brezhnev y Gerarld Ford en Vladivostok.

Desde el punto de vista de ambos poderes, el terror al enfrentamiento entre ellos es utilizado como herramienta de dominación y hacia el interior del bloque de influencia. Seremos más claros: no se trataba de una virtual guerra entre EE.UU. y la U.R.S.S., sino que la amenaza del conflicto era esgrimida hacia el interior del propio bloque de influencia como herramienta de control y dominación. Véase como ejemplo lo sucedido entre EE.UU. y América Latina frente a la guerra de Corea, y por eso hablar de «ideologías» es hablar en fenicio porque, desde el punto de vista de los pueblos dominados, entre ambos polos solo hay una «convivencia imperialista» .

Precisamente, partiendo de la visión de los pueblos, el período es el del proceso de descolonización que genera un tipo de enfrentamiento distinto: la «guerra revolucionaria», y de parte de los ejércitos «occidentales», el primero que tiene que enfrentar esta nueva concepción será el Ejército francés en lo que entonces se llamaba Indochina (Vietnam, Laos y Camboya) . Como es obvio, los franceses no encuadraban esta guerra como proceso descolonización sino que concebirán que era parte de la «guerra fría» y una forma de operar de los soviéticos –que dejan de lado la intervención directa- operando en forma indirecta. Se establece sólidamente el maniqueísmo que el sistema bipolar propicia como visión de la realidad política internacional, o sea, se está con Occidente –que es estar con EE.UU.- o se está con el comunismo. Adelantamos que esa será la doctrina de guerra antisubversiva desarrollada por el Ejército francés y enseñada en Argentina.

A partir de 1962, cuando ocurre la crisis de los misiles en Cuba , Washington establece una política latinoamericana que sostenía que la URSS jamás tendría otra base en este continente, y en ese sentido América Latina cobra un valor estratégico desconocido hasta entonces, de la que carece desde la década del 90 . Los gobiernos militares (y sus políticas contra las insurgencias de izquierda) servían claramente a ese objetivo de seguridad de los Estados Unidos. A ello contribuirá la Escuela de las Américas y en el inicio, la Alianza para el Progreso .

En 1971, el gobierno de Richard Nixon mediante la declaración de inconvertibilidad del dólar en oro genera su propio orden monetario, lo cual significa que el respaldo del dólar es la capacidad de generar riqueza de su economía. En 1973 se constituye en Tokio la Trilateral Comission, institucionalización del proceso de la economía y las finanzas globalizadas; al mismo tiempo, con motivo de la guerra de Yom Kippur, los países árabes recortaron la producción de petróleo y embargaron el suministro de crudo destinado a los Estados Unidos y Holanda, lo cual, aunque no representaba más del 7% del suministro mundial, produjo pánico tanto entre las compañías como entre los usuarios, y al rematarse los excedentes el precio trepó de 2.90 dólares el barril (septiembre de 1973) a 11.65 dólares el barril (diciembre de 1973) . Quien más perdió con esa crisis será el Japón, cuyo producto bruto interno crecía a un ritmo del 8% anual –y en algún momento había llegado al 13%- ocupando espacios económicos que otrora proveía la industria de los Estados Unidos. La crisis abre un proceso recesivo: Japón –0.8%; Estados Unidos –1% y Europa –1.2%.

 

Pero Estados Unidos sale fortalecido de esta situación, pues en 1976 ya crece al 5% anual, mientras que su competidor japonés nunca logró retomar el ritmo anterior.

El proceso de avance protagónico de la OPEP, la duplicación de las reservas monetarias mundiales, resultado del aumento de la cantidad de dólares en circulación a principios de la década del setenta, junto a los desequilibrios del comercio exterior estadounidense, generaron una gran liquidez en los mercados mundiales, que no eran absorbidos productivamente dada la reducción de las tasas de inversión y el bajo crecimiento del producto y la demanda. Esto impulsó a la banca internacional a ofrecer a los países en vías de desarrollo, en especial en América Latina, amplios préstamos con bajas tasas de interés. Allí competirán los grandes bancos internacionales por colocar fondos en el mercado cuyo mayor atractivo era la toma de créditos con una debilitada disciplina financiera que de común acuerdo permitía el Fondo Monetario Internacional .

La oferta de créditos baratos es acompañada por la aparición de un modelo neoliberal que intenta mostrar que el libre mercado es un fenómeno natural y espontáneo, un estado natural que surge cuando se deja de interferir políticamente en los intercambios comerciales, ocultando que en realidad es un producto del poder estatal, hijo de un gobierno fuerte y centralizado, que no puede existir sin él. Prueba de ello son los desarrollos que se llevan a cabo a partir de la década del setenta en Corea, Taiwán, Singapur, Malasia, etc. Pero no se trataba sólo de una cuestión de ordenamiento económico, sino que éste era factible en un modelo de sociedad que, por entonces, sólo existía en las hojas de cálculo .

Al respecto, cuenta Franz Hinkelammert que en 1976 asiste a un seminario en Chile, que llevaba el título «La nueva economía política». Fue organizado por el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago (conducida por George Stigler y Milton Friedman), invitando especialmente a Gordon Tullock, un economista neoliberal de EEUU de la escuela del «public choice». En este seminario los neoliberales menos ortodoxos ya hacían claro que su programa era mucho más que un programa económico, se trataba de una transformación global de la sociedad en todas sus dimensiones .

En América del Sur se suceden los golpes de estado. En Chile, el general Augusto Pinochet gobierna luego de haber derrocado a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Brasil estaba presidido por el general Ernesto Geisel como parte de un proceso militar inaugurado el 31 de marzo de 1964, tras la destitución de Joâo Goulart; Juan María Bordaberry era el presidente constitucional del Uruguay, pero el 27 de junio de 1973 disolvió el Congreso Nacional con el respaldo de los militares . En Bolivia gobernaba el general Hugo Banzer Suárez, que había encabezado un golpe militar. En Ecuador se había instalado una dictadura militar desde 1972 a cargo del general Guillermo Rodríguez Lara, reemplazado en 1976 por Alfredo Poveda Burbano.

 

Fidel Castro y Ernesto “che” Guevara han consagrado la estrategia que denominarán mil Vietnam en América Latina, que se traducía en el apoyo a los focos guerrilleros en el continente. En 1975 se produce la intervención cubana en Angola para apoyar al líder marxista Agostino Neto.

 

  • Las Fuerzas Armadas como factor de poder.

Producto del golpe de estado de 1955 habrá «pogrom» militar. De los 86 generales existentes en 1955 solo quedaron en actividad 11, pasando 75 a retiro, 1000 oficiales siguieron el mismo camino y gran cantidad de suboficiales –cuya lealtad a Perón se había demostrado– debieron abandonar el servicio. A su vez, retornaron 170 oficiales que habían participado del intento de golpe de estado de 1951 o del bombardeo de junio de 1955 y que se encontraban en el exilio, reincorporándose a las filas militares (entre otros, los futuros generales Agustín Lanusse y Carlos Suárez Mason). En la Armada se pasa a retiro a todos los almirantes. También es desplazado el ministro de Guerra general León Justo Bengoa por el general Arturo Ossorio Arana.

En lo concerniente a su formación profesional de las Fuerzas Armadas, tiene un enorme prestigio la escuela francesa, que dejará su impronta –particularmente- en la formación de varias promociones de oficiales del Ejército argentino. Todo empezó cuando el entonces coronel Carlos Jorge Rosas completa su formación en la Escuela Superior de Guerra del Ejército francés entre 1953 y 1955. En ese período y por obra del coronel Charles Lacheroy se introduce en esa institución la temática de la «guerra revolucionaria» y la «guerra antisubversiva» ; al volver a Argentina, el coronel Rosas es nombrado subdirector de la Escuela Superior de Guerra, reestructurando el programa de enseñanza y promoviendo un acuerdo con el gobierno francés para traer instructores en la «guerra moderna». En 1957 llegan los tenientes coroneles Patrice J. L. de Naurois y François P. Badie como asesores militares, mientras tanto, los coroneles argentinos Octavio J. García Mira y Víctor Arribeau hacen su «pasantía» en la ciudad de Argel (Argelia, por entonces colonia francesa), en la sección de inteligencia y guerra psicológica.

El 11 de septiembre de 1958 el ministro de Defensa francés, Jacques Chaban-Delmas, autoriza a los oficiales argentinos que concurrían para completar su formación a trasladarse a Argel y comprobar in situ la aplicación de la metodología de la «guerra moderna». Cuando se le consulta al general Paul Aussaresses -en 2001- sobre la relación entre los militares franceses y argentinos, exclama: ¡Imbéciles! El ministro (Chaban-Delmas), envía a Buenos Aires al general André Demetz, jefe de Estado Mayor del Ejército de tierra, para instalar la misión, acompañado del teniente coronel Henri Grand d’ Esnon. Se trata, efectivamente, de una política de estado que se hará pública el 26 de mayo de 1960, cuando ambos militares franceses pronuncian en la Escuela Superior de Guerra de Buenos Aires una conferencia donde describen todos los aspectos de la guerra anti-subversiva haciendo hincapié, en particular, en el lugar central del Ejército en el control social de la población y la destrucción de las fuerzas revolucionarias.

 

Uno de los asesores que vendrán entonces (1959), será el general Robert Bentresque , especialista en «guerra psicológica», veterano de Indochina y Argelia; junto al coronel Jean Nouguès y el coronel argentino Horacio Ballester montaron un ciclo de conferencias sobre «guerra anti-subversiva» en todas las unidades e institutos militares argentinos. Inmediatamente después, por impulso del general Rosas –Jefe de Operaciones del Estado Mayor- se reorganizó la división territorial de las Fuerzas Armadas para enmarcar a la población en cuadrículas, que se correspondían a la división en zonas, sub-zonas, sectores y sub-sectores que están contemplados en la hipótesis de guerra con un «enemigo interior». Los tres oficiales redactarán Puntos de vista. Conducción de la guerra revolucionaria, base de los reglamentos militares anti-subversivos argentinos. Veremos como funciona esta doctrina de guerra cuando mencionemos los hechos generados por el sindicalismo y el Plan de Conmoción Interior del Estado (CONINTES).

Las pautas dentro de las cuales es concebido este plan tienen que ver con la evaluación que comparten los militares argentinos con sus colegas franceses respecto de la revolución triunfante en Cuba y el «avance del comunismo internacional», es la época del recalentamiento de la «Guerra Fría» que llevará a la reunión de Punta del Este (Uruguay) donde se firma la carta que crea la Alianza para el Progreso.

Claro que en Argentina no tenían ninguna incidencia los comunistas. En ese sentido, Alcides López Aufranc da una explicación de porqué, en un país donde la izquierda carece de todo peso político, se prestó tanta atención a la formación en la guerra anti-subversiva y al «peligro marxista»: estábamos convencidos que la tercera guerra mundial era inminente y que la Unión Soviética iba intentar abrir un frente sobre el territorio argentino… Gracias a las enseñanzas de los franceses, aprendí que el enemigo podía ser el pueblo, y que, para ganar la guerra había que conquistar los espíritus .

 

Después de la evaluación positiva del Plan CONINTES, se siguen enviando oficiales argentinos a París. En la década del sesenta la Armada comienza a recibir entrenamiento en la doctrina de guerra antisubversiva de los asesores franceses en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). También la Policía Federal había enviado cuadros oficiales a capacitarse en Francia, tal el caso del comisario Alberto Villar, quien en 1962 no sólo hizo el curso de «lucha antisubversiva» sino que también viajó a Argelia a comprobar, in situ, la aplicación de esas enseñanzas en el último tramo de la guerra.

A partir de 1966, la matriz de la doctrina de guerra anti-subversiva se funde con la Doctrina de la Seguridad Nacional, de la cual el general Juan C. Onganía era promotor. El pensamiento tanto de éste como del sector triunfante –los «azules»- en la «interna militar» que se desarrolla entre 1955 y 1966, será expresado por el teniente general Pascual Pistarini –comandante en jefe del Ejército- en la VII Conferencia de Ejércitos Americanos reunida en Buenos Aires el 29 de octubre de 1966: En lo que hace a nuestras responsabilidades militares, las reuniones de ejércitos americanos constituyen un ponderable esfuerzo por arribar a soluciones concretas referentes a la defensa, seguridad y desarrollo de América (…) este perfeccionamiento es imprescindible porque, si bien la coexistencia pacífica propiciada por el comunismo soviético en los últimos años podría, en algunas regiones altamente desarrolladas, ser garantía frente a un conflicto nuclear, no lo es para nosotros, que soportamos integralmente la otra forma de accionar comunista, que se manifiesta a través de la subversión permanente y agresiva (…) La prueba de que no se trata de una estimación pesimista y exagerada del problema está dada por las resoluciones concretas adoptadas por la Conferencia Tricontinental de La Habana . A esta visión se correspondía el modelo político y militar que quería promover Onganía a partir de haberse apoderado del gobierno mediante un golpe de estado.

A partir de comprender su formación profesional, vamos a adentrarnos en la visión política de las Fuerzas Armadas. Un prestigioso general que tuvo una gran influencia en la formación profesional del Ejército argentino, Benjamín Rattembach afirmaba que no podía considerarse «militarismo» a los golpes de estado -a los cuales llamará «intervenciones», ya que en ellos las Fuerzas Armadas buscarían sanear un régimen político corrupto o impulsar un régimen económico y social estancado o cambiar las estructuras del país. Es de notar que Rattembach no acopla a las justificaciones la amenaza de la subversión marxista.

A esta altura del desarrollo del tema podemos preguntarnos: si la mayoría de los sectores populares no eran marxistas sino más bien peronistas ¿porqué insistir sobre la posibilidad de la agresión comunista? En primer lugar, las Fuerzas Armadas en general, y el Ejército en particular, después de la «depuración» de sus cuadros que se iniciara en 1955, es profundamente anti-peronista («gorila») ; en segundo lugar, sólo desde esa posición podía pensarse que el Peronismo era un «sub-producto» del Comunismo . Un estado fuerte, la política de protección al trabajador y la oposición al capitalismo especulativo era para estos generales –liberales de corazón y nacionalistas de palabra- la antítesis de su modelo ficcional. El Peronismo era la clave maldita que no permitiría la reconstitución de una sociedad paternalista, con una élite en el poder.

Hemos hablado de la importancia legitimadora del lenguaje, lo cual se vio incrementado en el siglo XX por la importancia que va tomando la imagen; por ejemplo: a los grupos de civiles armados que participaron del golpe de estado de 1955, no se los llama «subversivos» sino «comandos civiles», ligándolos a la imagen de heroísmo que de los cuerpos de élite aliados, en la Segunda Guerra Mundial, dio Hollywood hasta el hartazgo. Operando del mismo modo, pero como «disvalor», aparece la utilización del término «comunista», que terminará siendo una forma denigratoria de nombrar. Los «gorilas» veían al Peronismo como el enemigo, pero también como fenómeno de «cabotaje», que incluso más allá de sus deseos terminará siendo «compañero de ruta» de ese fenómeno mayor que es el enemigo de Occidente: el comunismo. Estamos hablando de personas que veían al Peronismo no por lo que era, sino desde un prisma ideológico que les presentaba como factible un enfrentamiento entre EEUU y la URSS, por eso no podían concebir una «tercera posición». Aunque el razonamiento parezca simplista –que de hecho lo es- era la forma de pensar de un sector importante de la población argentina. ¿Exagerado? Respóndanse a tal duda buscando contra quien se ejerció la represión desde 1955 hasta 1973 .

Pero… ¿cuáles son las causas por las cuales los militares se alejan de ser una institución del estado y llegan a convertirse en un factor de poder político gravitante?

Para responder esta pregunta debemos adentrarnos en el proceso de la composición social del cuadro de oficiales de las Fuerzas Armadas, lo cual, a diferencia de las experiencias francesa o inglesa, aparece variopinta . Tradicionalmente, aquellos que provenían de familias de la vieja oligarquía elegían el arma de caballería, pero ni siquiera ésta era exclusiva. Por otra parte, la «vía matrimonial» emparentaba a la «familia militar», y muchos hijos de la emergente clase media con vocación castrense usaban esa «vía» de movilidad social y profesional.

La idea de los militares como «casta», que muchas veces se enarbola desde visiones de izquierda, es propia de ejércitos europeos como el inglés hasta 1914 o el alemán y francés hasta la Segunda Guerra Mundial. Desde el punto de vista social el Ejército argentino fue un grupo abierto donde convivían criollos, «patricios» e hijos de inmigrantes , y el Colegio Militar otorgaba becas a quienes no podían costearse los estudios. Que después de ingresado (…) se genere en el militar una específica mentalidad de status, eso es otra cosa. Y eso se debe en gran parte al sistema de socialización (…) que transmiten la creencia de que el ejercicio de las armas, al identificar el individuo con el más alto grado de patriotismo, lo convierte en depositario de los «valores nacionales».

Gran parte de la vida militar transcurre en guarniciones del interior del país, donde la relación entre civiles y militares es fluida, y donde los militares eran socialmente jerarquizados. Cuanto más pequeño era el grupo social más elevado, más relevante era el papel de los oficiales y mayores las posibilidades de interactuar con los dirigentes locales.

Esta experiencia va conformando una mentalidad militar que supone una responsabilidad institucional en el mantenimiento del orden, entendiendo por éste el statu quo que ha conocido por su interrelación con dirigentes locales y provinciales; por su formación específica, tendrá en gran valor la eficacia siempre que provenga de la unidad de conducción, de la organización y perfecta articulación de los elementos en juego, siendo el fruto, todo ello, de una estrategia racional.

Asimismo, la historia de la conformación del Ejército profesional en Argentina lo entronca fuertemente como institución al proyecto de la generación del ochenta, y dentro de ella tomarán a Julio A. Roca como un ejemplo de jefe político-militar, mientras que el general Pablo Ricchieri lo será como organizador de la profesionalidad, dentro de la cual concibió la modernización de su armamento (Mauser argentino 1891/1909) y la construcción de grandes bases militares capaces de albergar regimientos y zonas de entrenamiento (Campo de Mayo y Campo de los Andes).

Las influencias en la formación profesional hasta la década del cuarenta no son unívocas y provienen tanto de militares alemanes como de franceses, contratados a tal efecto. Por su parte, la Armada tiene una pátina británica, no solo por su historia –organizada por un oficial irlandés con tripulaciones del mismo origen – sino que hasta el día de hoy –pasada incluso la guerra de Malvinas- el uniforme de los marineros argentinos lleva luto por el almirante inglés Horatio Nelson, y de la Royal Navy proviene el código de honor, o sea, el orden valorativo específico, un sentido de normas ético como de comportamiento formal y social. Curiosamente, las academias navales británicas sólo abren sus aulas a marinos de los países del Commonwealth .

Los militares han operado como fuerza política mucho antes de1930; por su parte, también los civiles tienen de las Fuerzas Armadas una visión política –muchos de ellos con experiencia «fragotera»- por lo tanto, para comprender cómo piensan los miembros de la institución, hay que pensar que desde siempre han establecido una relación de poder con el resto de la sociedad . Las Fuerzas Armadas y de Seguridad son parte del estado, no del Gobierno; más precisamente, son la institución estatal encargada de organizar la violencia legítima. Esto es, son una parte del todo estatal «especialista en el uso de las armas», cuya legitimidad en su utilización está dada por quien da la orden –por quien toma la decisión- que en nuestro sistema democrático de Gobierno deberá ser el presidente –electo por el voto popular- quien reviste el cargo de comandante en jefe, lo que crea una relación de subordinación, vía su comandante en jefe, al pueblo en su conjunto .

Cuando se produce un «golpe de estado», se mutan las relaciones de poder existentes, pues una institución estatal se hace cargo del Gobierno buscando necesariamente su legitimidad sobre sí, por lo que ya no hay subordinación sino dominación desde esta institución –o su comando- hacia el conjunto del estado y del pueblo.

A partir de 1930 y hasta 1955, las Fuerzas Armadas albergan un espectro ideológico en el que se encontraban nacionalistas católicos, conservadores, radicales, peronistas y anti-peronistas; con posterioridad al golpe de estado de 1955 se producen múltiples depuraciones ideológicas que van del pase a retiro hasta el fusilamiento, preservándose el llamado «profesionalismo», que veremos que con el tiempo demostrará que no es tal.

A su vez y en la medida en que se suceden los golpes de estado con sus consecuentes fracasos, los militares van consolidando su aversión por los partidos, con el antiparlamentarismo que subyace en ello. Rouquié cita unas palabras del general Aramburu que expresan esta situación: “las Fuerzas Armadas tienen como misión específica su consagración total y absoluta a la defensa del honor y de la integridad de la Nación (…) la política partidaria queda prohibida a los militares que no deben intervenir en la acción de los partidos”. Sí a la política, no a la política politiquera de los partidos; tal podría ser, en síntesis, la actitud constante de los militares argentinos desde 1930 .

A partir de esta forma de concebir la realidad, es muy difícil comprender el accionar de los movimientos populares –Radicalismo y Peronismo- por su enorme carga de improvisación en la transformación de esa realidad; la desaparición de los elementos dadores de seguridad que el statu quo les brindaba, hace que conciban en peligro esa entelequia ontológica llamada «ser nacional», que como tal no coincide con lo popular. Asumiéndose como salvaguardas del patriotismo, se rebelan frente a los gobiernos civiles que conciben como ineficientes en esa tarea, y así justifican los «golpes de estado» dentro mismo de la institución y buscan legitimidad hacia afuera. Quede claro: esto no quiere decir que las intervenciones militares en la vida política tengan, por parte de los comandos en cada situación, esa motivación; sino que porque tienen esta estructura de pensamiento pueden concebir el golpe de estado y abren la puerta al «fragote», que siempre tiene otros intereses.

Es de notar que en las publicaciones de la Biblioteca del Oficial posteriores a la Segunda Guerra Mundial se publicaron varios autores alemanes que planteaban el problema de sujeción de la Wehrmacht a una conducción ideológica partidaria que la había perjudicado. No es difícil suponer la extrapolación del significante en los cuadros oficiales anti-peronistas en el Ejército argentino, en cuyo imaginario existía una acción política sobre la suboficialidad que socavaba el orden jerárquico militar. Es verdad que había muchos suboficiales peronistas, y no se podía comprender ese hecho sino bajo formas conspirativas por una cuestión de mentalidad militar. En esto los militares pensaron igual que algunos sectores de clase media y alta: no se podía hablar ante el personal doméstico o los encargados de edificios porque eran «espías» peronistas; los suboficiales eran –según este patrón- quienes controlaban a los oficiales anti-peronistas. La sensación que existía en estos sectores está reflejada en el cuento Ómnibus de Julio Cortázar.

Frente a los sucesos que se van generando a partir de 1955, Rattembach sostiene –sin ser ajeno a esta mentalidad que venimos describiendo- que por un lado opera la deformación centralista y unitaria de la política argentina y lo que él denomina la prepotencia del Poder Ejecutivo; para el militar el presidencialismo es desestabilizador, y por otro lado, las leyes electorales y el régimen de partidos argentinos sólo se adecuarían a una población con una elevada cultura política inexistente en nuestra sociedad .

Apoyado en el historiador estadounidense Robert Potash y el politólogo del mismo origen Edwin Leiwen, Rattembach enuncia su conclusión: en los países latinoamericanos, la inestabilidad política no se debe a la intervención frecuente de los militares, sino al revés, éstos intervienen en la política interna precisamente a causa de esa inestabilidad . Estas conclusiones ponen a la luz una sorda discusión acerca del papel de las Fuerzas Armadas. Estas -que en este sentido siguen a Rattembach- se conciben no sólo como un aparato burocrático estatal especializado en la defensa (y/o represión legal) sino también como fuerza social «sui generis» con características de «parte» en la sociedad, de una fracción social «moderna» cuyos medios de acción se canalizan al margen de la vía democrática.

A partir de década del sesenta irán dando frutos las enseñanzas de los asesores militares franceses, y Clausewitz o von der Goltz pasan a la categoría de clásicos –o sea, aquellos que queda bien citar pero que nadie lee- concibiéndose la estrategia con carácter global e integral, solo se visualizaban situaciones totales en función de bloques en conflicto (…) hasta la idea de frontera había desaparecido: ahora la guerra se podía realizar dentro de las fronteras, y el «enemigo» no era el hostil extranjero, sino el connacional al servicio consciente o inconsciente de los intereses del otro bloque .

Con posterioridad al golpe de estado, un militar nada intelectual, a diferencia de los anteriores, Luciano Benjamín Menéndez, sostiene que la mayaría de los golpes de estado -a los que también llama «intervenciones»- estaban recubiertos de legitimidad por la debilidad del sistema político argentino surgido a partir de la ley electoral Sáenz Peña en 1914: el hecho de que los militares hayan asumido el mando periódicamente (seis veces entre 1930 y 1976) es más un indicio de la incapacidad del sector civil para permanecer unido en defensa de la forma de gobierno constitucional que de la ambición de poder de los militares . Entre estas expresiones de Menéndez y las del general De Brebisson respecto de lo que es propio de la naturaleza de los políticos: tergiversaciones y cobardías, cuando no la complacencia, encontramos una comunidad de pensamiento; pero los franceses quedaron a medio camino, pues el general Charles De Gaulle les sale al paso; en su defecto, serán los militares argentinos los que lleven esta concepción hasta las últimas consecuencias.

A su vez, refiere a un modelo elitista que proyecta a la generación de la Organización Nacional, donde los dirigentes, que entonces provenían de unas pocas familias, tenían igual formación moral, cultural y política y, más allá de sus dirigencias partidarias, presentaban una identidad de pensamiento que respondía al sentir y pensar de todos los argentinos . El lugar de esa generación dirigente era ocupado ahora por las Fuerzas Armadas.

El sistema inaugurado por Sáenz Peña y su consecuencia política primera, el gobierno de Hipólito Yrigoyen, mostraban un Poder Ejecutivo encabezado por fuertes personalidades partidarias cuya preeminencia desbordaba el equilibrio establecido por la Constitución. Más aún, Menéndez sostiene que los partidos políticos que llegan al Gobierno mediante la Ley Sáenz Peña no podían ser cambiados por las urnas; no podía lograrse, entonces, un equilibrio que permitiese una alternancia en el poder. Ni los radicales primero, ni los conservadores después, ni los peronistas en el poder, podían ser vencidos en el acto electoral . Frente al caos que genera esta situación la alternativa es la subordinación de la Constitución republicana a quienes revisten autoridad suficiente para salvar a la Nación, o sea, los militares .

Para terminar de comprender la forma de pensar de los militares debemos avanzar sobre el significado de la expresión: «enemigo interior», el cual aparece en la «doctrina francesa» de la guerra anti-subversiva y tiene serias consecuencias políticas.

Cuando hablamos de «enemigo interior» aparece una representación de la naturaleza de éste, permitiendo la inducción de cuestiones relativas a la procedencia del mismo, a su localización, etc. De esta manera, el enemigo no es solo el que es puramente interior, él es también el que se desplaza del exterior hacia el interior o el que actúa desde el interior donde se infiltra. Es decir, el enemigo interior no es directamente identificable. Su indeterminación constituye el eje de la cuestión: será para unos el «revolucionario», el «comunista»; para otros, los «subversivos», los «infiltrados» etc.; estas figuras son múltiples y variadas y para entender a quien nombra hay que buscarlo en su contexto histórico y político, por lo cual hay que buscar la institución que posee el poder para nombrarlo. En definitiva debemos concluir que no existe un «enemigo interior» en sí, y no existe tampoco mecanismo homogéneo o unívoco de designación.

¿Cuáles en este proceso son entonces las instituciones que designan al enemigo interior? encontramos que, cuando el enemigo no tiene cara precisa o más bien puede tomar una multitud, es necesario nombrarlo mediante un discurso que no sólo lo caracterice sino que implique en ese acto de nombrar una convocatoria a actuar sobre él, de eso se trata el discurso político.

En este último caso, la definición de cuál era el «enemigo» y cuál era el «interior» a defender estuvo en manos, tanto de los «fragoteros» como de la «camarilla militar» que a su vez han tomado como marco de referencia en el otorgamiento de sentido la visión política que está expresada en documentos que analizaremos más adelante, coincidentes con artículos escritos por otros miembros de la «camarilla militar»: allí se sostiene que, agotado el proyecto de la generación del ochenta –en el siglo XIX-, aparece el caos y el desorden, y al asumirse como aquellos que «reorganizarán» la Nación, todo lo que se opone a ello es «enemigo», sobre todo aquel que representa todo lo contrario: el Peronismo.

La definición del enemigo les permite definir qué «interior» es necesario defender: el de una élite que, como en la generación del ochenta se transformaba en el comando social de Argentina.

Planteado en el contexto militar está aun más claro; centrando su estrategia en la distinción «amigo/enemigo», se desemboca en una lucha existencial que inevitablemente se sigue: al enemigo de la Nación (el «interior») sólo se le puede responder con la «guerras total» en los términos de von Ludendorff.. Y así puede comprenderse las afirmaciones del general Acdel Vilas cuando dice: la subversión se hallaba enquistada en todos los organismos del país, y no obstante se me ordenaba combatir su brazo armado, la guerrilla. (…) Allí estaban los colegios y las universidades, los sindicatos y las parroquias trabajadas por la acción psicológica del marxismo y sus agentes .

A su vez, las dificultades en la fijación del enemigo poseen como correlato una forma de combate que difiere de la guerra convencional, que consiste en la aplicación de la doctrina de guerra «antisubversiva», que no resuelve la dificultad de la identificación del enemigo pero sí una forma de eliminarlo, sin generar la concepción del martirologio detrás de cada muerto, siendo de tal difusa entidad como la del enemigo: la desaparición física de personas. Pues como dijo el propio Jorge Rafael Videla: los desaparecidos carecen de entidad, son NN… no están. Lejos de parecer una acción irracional, estaba inspirada en una profunda racionalidad: crear una figura simbólica cuyo efecto fuera impedir la movilización de los grupos y frenar la acción colectiva producto del terror. Desde este punto de vista, el hecho de las desapariciones se atribuye a una «razón de estado» que contempla una figura distinta de la del «criminal común» o a la del «soldado prisionero»; se trata de un prisionero ilegal que es fuente de información frente al cual la bondad es uno de los peores errores .

  • La clase media: un problema político sin resolver.

Por el decreto 6.403/56 se realizaba la persecución en las Universidades: no serán admitidos tampoco al concurso quienes en el desempeño de su cargo universitario […] hayan realizado actos positivos y ostensibles de solidaridad con la dictadura»; por decreto del 6 de marzo de 1956 se inhibe de ocupar cargo público alguno a todo aquel que hubiere desempeñado funciones electivas con posterioridad al 4 de junio de 1946, cargos públicos de alta jerarquía o algún puesto en el partido Justicialista ; por otro decreto del 19 de abril de 1956 se decidió que no pudieran ocupar cargos gremiales aquellos trabajadores que hubieran cumplido funciones en la CGT a partir del 1º de febrero de 1952 al 16 de septiembre de 1955y los que hubieran desempeñado cargos sindicales en el mismo período.

En la clase media argentina la institución «universidad» está muy ligada al ascenso y prestigio social, por eso habrá una política explícita hacia ella. A partir del golpe de estado de 1955, la política oficial respecto de las universidades estuvo teñida por la persecución ideológica y política al Peronismo. El ministro de Educación, Atilio Dell’Oro Maini y el rector de la Universidad de Buenos Aires José Luis Romero permitieron que bajo la acusación de «peronistas» –por ejemplo, con la simple denuncia de un alumno- se dejara cesantes a profesores de cátedras que luego sería ocupadas en forma arbitraria por quienes muchas veces carecían de antecedentes académicos, pero sí el aval de su explícito anti-peronismo. Cuando se intenta darle alguna legitimidad a la persecución contaban con concursos para ocupar las cátedras vacantes, se aplica indiscriminadamente el decreto 6.403/56, que ordenaba que: no serán admitidos tampoco al concurso quienes en el desempeño de su cargo universitario […] hayan realizado actos positivos y ostensibles de solidaridad con la dictadura ; ello permitió conformar un cuerpo docente que refleja esa rara entente entre liberales y marxistas que expresaba la Unión Democrática. La guarangada persecutoria será de tal magnitud, que a menos de tres años del hecho los docentes universitarios de la UBA sostendrán que el reemplazo de los catedráticos desplazados mediante concursos entorpecidos por una serie tortuosa de inhabilitaciones, impugnaciones y agraviantes distingos morales y políticos, aparece como formando parte de un plan deliberado para hacer cosa juzgada en lo que primero fue despojo y después propósito de consagración definitiva (…) En efecto, y en primer lugar, los profesores reemplazantes fueron elegidos en última instancia por comisiones asesoras, reclutadas entre personas de reconocida filiación ideológica antinacional, ciegamente inclinados a un innoble revanchismo, lo que las hacía incompetentes para poder seleccionar con ponderación a los futuros profesores por sus méritos científicos

Para comprender lo que sucede a partir de allí, vamos a seguir el pensamiento de Ernesto Sábato, quien sin proponérselo, es representativo de la clase media “bien pensante” que apoyó el golpe de estado.

En primer lugar, sostendrá en su opúsculo El otro rostro del peronismo, tras una cita del Martín Fierro que lo curioso y paradojal del proceso es que el viejo rencor del gaucho contra el gringo invasor ha de coaligarse dialécticamente con el rencor del gringo hacia las clases altas del país, y de esa aligación saldrá en buena medida parte de la psicología peronista .

No obstante este origen Sábato trata de avanzar en su comprensión y hace una suerte de revisión histórica del proceso que nace en el treinta, acusando a la dirigencia política y sindical de no comprender a esa masa trabajadora que se va conformando en forma silenciosa: de mi propia experiencia de estudiante comunista, entre los años 1930 y 1935, recuerdo que nos daba vergüenza emplear ya grandes palabras como patria y libertad, sobre todo si iban con mayúscula, hasta tal punto las habíamos visto prostituirse en las bocas de los ladrones políticos. Y ese sentimiento de pudor fue tan persistente que hube de llegar hasta la revolución de 1955 para volver a poder pronunciarlas . Podríamos preguntarnos ¿acaso los comunistas no eran parte de lo mismo? Y nuestro autor contesta que ellos intentaban trasladar abstractamente las teorías y procedimientos europeos a la singular estructura sudamericana, buscando en libros de 1848 y en discursos de Stalin normas para dirigir una huelga en Avellaneda .

Finalmente sostendrá que los individuos estructurados entre la lealtad a un liderazgo entremezclado con impulsos de rebeldía, son incapaces de vivir en una auténtica democracia y anulan toda tentativa de instaurar y mantener organizaciones inspiradas en principios auténticamente democráticos. Sábato habla de las masas como elemento femenino, capaz de enamorarse sin cálculo ni sensatez –lo cual no habla demasiado bien de su visión de las mujeres- por lo que frente a la racionalidad y honradez, las masas se van con el primer aventurero que supo llegar a su corazón .

Nuestro autor describe como vivió sobre la caída de Perón: aquella noche de septiembre de 1955, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi. como las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escindía al pueblo argentino, en ese momento se me apareció en su forma más conmovedora. Pues ¿qué más nítida caracterización del drama de nuestra patria que aquella doble escena casi ejemplar? Muchos millones de desposeídos y trabajadores derramaban lágrimas en aquellos instantes, para ellos duros y sombríos. Grandes multitudes de compatriotas humildes estaban simbolizadas en aquellas dos muchachas indígenas que lloraban en una cocina de Salta. La mayor parte de los partidos y de la inteliguentsia, en vez de intentar una comprensión del problema nacional y de desentrañar lo que en aquel movimiento confuso había de genuino, de inevitable y de justo, nos habíamos entregado al escarnio, a la mofa, al bon mot de sociedad. Subestimación que absoluto correspondía al hecho real, ya que sí en el peronismo había mucho motivo de menosprecio o de burla, había también mucho de histórico y de justiciero .

Dentro de este opúsculo, encontramos esta escena que está en el centro del escrito y realiza, por decir así, el sentido de su título. La escena funciona como una alegoría y hace sensible a los ojos del escritor (y, a través de él, a los de sus lectores) la escisión que dividía a la sociedad argentina. Las dos muchachas indias simbolizaban a muchos millones de desposeídos y trabajadores que derramaban lágrimas en aquellos instantes, para ellos duros y sombríos. Ese «otro rostro del peronismo» había sido ignorado por la mayor parte de los partidos y de la «inteliguentsia». Peor aún: sin ningún esfuerzo por desentrañar lo que en aquel movimiento confuso había de genuino. En lugar de comprender al pueblo trabajador, que había hecho su aparición tumultuosa en la vida política nacional a través del peronismo, se lo menospreció. Tampoco la izquierda había escapado a la ceguera: en nombre de un proletariado platónico ¬el de los libros de Marx¬ fue incapaz de reconocer al proletariado real, un proletariado grosero, impuro y mal educado que desfilaba en alpargatas tocando el bombo .

Sobre el fondo de estas alternativas entre políticas y morales debe leerse la carta que Ernesto Sábato dirigió al semanario Qué, cuando éste se había convertido ya en el principal órgano de opinión del desarrollismo. El escritor, quien no quería ser confundido con ese género de antiperonista que antes del 45 era abogado de ferrocarril del Sud o tranquilo veraneante de Biarritz, le reprocha a la publicación que por entonces dirigía Rogelio Frigerio (en realidad la carta no es sino una polémica con éste) que tanto en el análisis del peronismo como en su justificación, sólo tienen presente el grado de desenvolvimiento económico que el régimen produjo. Todo lo demás les tiene sin cuidado. No parece importar, continúa, que se torturase a estudiantes en las cárceles, que se corrompiese el país, que se fomentase el servilismo y la abyección, si instalaba una fábrica de tractores. La crítica, que juzga legítima, al orden surgido tras la caída de Perón no debía llevar al embellecimiento del régimen derrocado: no se diga que porque esto es malo aquello era una maravilla. .

Por su parte y por la misma época, Juan José Hernández Arregui, sostendrá que existe, más allá de las formas de ocultamiento o negación política, esas masas constituyen la expresión del «ser nacional» el cual, a diferencia del que hablan los militares y nacionalistas, no es concebido como trascendente al objeto mismo sino como «encarnado» en una comunidad establecida en un ámbito geográfico y económico, jurídicamente organizada en Nación, unida por una misma lengua, un pasado común, instituciones históricas, creencias y tradiciones también comunes conservadas en la memoria del pueblo .

Cuando en 1966 la Policía Federal toma algunas facultades de la Universidad de Buenos Aires –eso que se conoce como «la noche de los bastones largos»- entró en casas de estudios surgidas de la persecución y el «dedo» y que paradójicamente se llamará a sí un proyecto científico y educativo de excelencia que venía desarrollándose en un marco institucional y participativo. El sectarismo ideológico, el patoterismo, la arbitrariedad cotidiana, la violencia ejercida por las agrupaciones estudiantiles con apaleamientos y un asesinato de por medio (el caso de Hernán Spangenberg) era la realidad cotidiana entre 1955 y 1966 . De más está decir que la “chirinada” policial nada cambió al respecto. Desde el punto de vista político, la universidad se manifestaba por medio de diversas agrupaciones, que si bien la mayoría de las veces negaban su vinculación a partidos políticos la relación existía: la Federación Juvenil Comunista (la «Fede») –el Partido Comunista (PC)-, que irá perdiendo peso a lo largo de la década, en la medida en que se multiplican los grupos de izquierda ; la Agrupación de Estudiantes Reformistas, alineada dentro del radicalismo y que irá perdiendo peso; la Agrupación Reformista, de orientación socialista, que con el tiempo se integrará al Socialismo Popular, y el Humanismo, expresión del social-cristianismo, que sufrirá un fenómeno parecido al del PC .

Acorde con la tendencia mundial y favorecido por las manifestaciones políticas predominantes en las universidades argentinas, los jóvenes irán manifestando una resistencia al sistema liberal-capitalista y contemplarán con simpatía el movimiento anti-colonialista que se expande por África y Asia, también es cierto que nada o poco saben de lo que ocurrió en la Argentina de 1945 a 1955 cuando gobernó Juan D. Perón, y de la lucha que se origina a partir de su derrocamiento. Así se sigue con entusiasmo el éxito de la revolución cubana, crece el mito del guerrillero romántico encarnado por Ernesto Guevara, se lee a Karl Marx , Jean Paul Sartre , Franz Fanon , Ariel Dorfman y Mao Tsé-tung se cruzaba con fray Betto, finalmente los graffiti de París . En la medida en que se avanza sobre la década del sesenta aparece el «campo nacional» y comienzan las lecturas de Arturo Jauretche , Juan José Hernández Arregui , Raúl Scalabrini Ortiz , Jorge Abelardo Ramos , R.P. Justino O’Farrell y John W. Cooke .

Análisis sociológico de la clase media urbana Franz Fanon John William Cooke

  • Mitos, leyendas y realidades de la Resistencia Peronista.

En 1956 Perón se hace una autocrítica referida a su intento de buscar una vía incruenta para la revolución, pero define a la nueva forma de acción como «resistencia pasiva» . Ese tipo de resistencia constituye como hecho insurreccional la extensión e intensificación de la organización del Movimiento Peronista burlando las medidas represivas . Si bien desde 1955 habrá miles de militantes presos, se desarrollará una actividad insurreccional espontánea en las bases trabajadoras, instintiva, confusa pero que se traducía en todo tipo de sabotaje y propaganda que creaban una verdadera situación de ingobernabilidad .

En ese momento cobra un papel preponderante hombres como John William Cooke o César Marcos para transformarse en núcleos aglutinantes de eso «instintivo y confuso» que había aparecido. Pero jamás se discutió el objetivo: quien se aparte del ¡Perón o muerte! Sabe que merecerá el repudio «del común» .

Un dirigente de la Resistencia Peronista, César Marcos, contaba que unos cuantos locos sueltos comenzamos a escribir en las paredes y a llenar los baños de graffitis. Claro que no éramos Lugones ni Borges, pero creamos un logotipo tan fascinante y poderoso como el perfil del pez de los primitivos cristianos. Así fue el «Perón vuelve» .

El símbolo que recuerda la presencia de ese ausente se escribía en todas las paredes del país: una «ve» con una «pe» dentro, que recordaba a propios y ajenos, que «Perón vuelve». La palabra de Perón tendrá presencia por medio de los «mensajes» o «instrucciones» que él mismo enviará, circulando por transmisión oral, cartas, volantes, publicaciones clandestinas o cintas grabadas que comienzan a circular poco después del derrocamiento del Gobierno.

El 9 de junio 1956 se produce un levantamiento militar a cargo del general Juan José Valle en contra del gobierno de facto, que fracasa en el intento de sumar al mismo a militares retirados o descontentos con la política que se llevaba en la institución militar. Por otra parte, si bien cuenta con el apoyo de civiles justicialistas no será una expresión orgánica del Movimiento, por lo que no se produce una «pueblada», llevándose adelante la represión que culmina con 27 militares y civiles -entre los cuales estaba el Gral. Valle- fusilados en la Unidad Regional Lanús, base militar de Campo de Mayo, Escuela Mecánica del Ejército, Penitenciaria Nacional, La Plata y en los basurales de José León Suárez, donde por orden del teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y el inspector mayor Rodolfo Rodríguez Moreno, jefe de la Unidad Regional San Martín realizan lo que se denominó desde entonces, la «operación masacre» y cuyo mejor testimonio lo guarda Rodolfo Walsh en un libro del mismo nombre .

Las ejecuciones fueron una decisión rápida fundada en los decretos- ley 10362/56, 10363/56 y 10364/56 y que servían para atemorizar y evitar que la rebelión institucional se transformara en un enfrentamiento de mayores proporciones, para lo cual ni siquiera fue obstáculo la falta de toda clase de juicio previo, incluyendo a hombres que fueron apresados antes de la aplicación de la ley marcial . Por su parte, el general Valle, prisionero y sabiendo cual era su destino, escribe una carta al presidente Aramburu, en la cual sostiene dentro de pocas horas Ud. tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y militares, movidos por Uds. mismos son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente .

Al respecto es importante encuadrar esta intentona -tal como expresáramos- como una acción de militares nacionalistas y algunos justicialistas en forma personal. El propio Perón sostiene en carta del 15 de julio de 1956 que el Pueblo está un poco desorientado porque ha supuesto que la revolución fracasada el 9 de junio era nuestra, cuando en realidad era de los militares . Poco tiempo después y a pesar de esa caracterización realizada a poco de sucedidos los hechos, Perón sostendrá en carta del 26 de abril de 1958, que los homenajes a los caídos el 9 de junio sean tomados por el Movimiento .

La represión al Peronismo cobrará dimensiones aún mayores. Se exonera a 62.000 militantes sindicales para impedir su participación en la «normalización» gremial y solo pueden hacerlo comunistas, radicales y democristianos, aliados en el apoyo al golpe militar.

El barrio y las relaciones de confianza territoriales (solo se habla con el compañero o amigo) o en las relaciones de confianza establecidas en el ámbito laboral se constituyen en el último refugio del Peronismo.

Mientras tanto se escucha en la radio un programa, famoso por entonces, en el que después de hablar sarcásticamente de estos gobiernos de «ahura» se oía un estribillo cantado a coro: deben ser los gorilas, deben ser.

El objetivo de la «Resistencia Peronista» en la estrategia de Perón no era provocar ni una revolución al estilo radical de 1890 ni un golpe de estado adicto, sino generar la necesaria ingobernabilidad que mantuviera presente su poder de principal interlocutor político, enfrentado a ese «otro» que es la camarilla militar y que se va sucediendo en la conducción de las Fuerzas Armadas. Perón sostiene en carta a Hipólito Paz del 7 de septiembre de 1957 que la revolución social no ha sido nunca producto de un golpe de estado. El fracaso de la revolución rusa de 1906 es un ejemplo de ello. Aunque el estado se había debilitado por la pérdida de la guerra ruso-japonesa, la masa no estaba preparada para llevar adelante la decisión interna […] Todo ello sucedió porque la revolución social no había creado el estado insurreccional para aprovechar el éxito de un golpe de mano. De ello parece inferirse que lo fundamental, en este tipo de revoluciones no es el golpe de estado en sí, sino la preparación adecuada del estado insurreccional […] El triunfo de la segunda revolución rusa de octubre de 1917 se debió a eso precisamente. No fue la acción de Kerensky, ni siquiera el acto de Trotski con sus mil hombres, sino la acción desarrollada por millares de predicadores que desde 1906 hasta 1917, prepararon el estado insurreccional de la masa .

  • Un nuevo sindicalismo.

La disolución de las estructuras del Movimiento Obrero Organizado y la persecución de sus dirigentes no pudo frenar la actividad sindical. Una nueva camada de dirigentes comenzará a trabajar, primero en la clandestinidad, luego ganando las comisiones de bases y así hasta llegar a recuperar los sindicatos.

Una de las formas que tomó la oposición al golpe de estado fue encabezado por ese Movimiento Obrero y sus medidas de fuerza.

Juan D. Perón desde 1955 se traza como estrategia el aglutinar sus fuerzas alrededor de los trabajadores y desde allí cercar la oposición . De cualquier manera, los tiempos no eran cortos, el 28 de marzo de 1956, Perón le escribe a su amiga chilena María de la Cruz yo deseo que las fuerzas peronistas del interior y del exterior se organicen para una lucha larga .

¿Cómo puede Perón plantearse una lucha a largo plazo? Tal como Gino Germani ha remarcado, la importancia decisiva que supone el Peronismo para los trabajadores no estuvo tanto en las conquistas legales y económicas -perdidas algunas de ellas en los vaivenes de la política- sino en el reconocimiento claro de sus derechos […] derechos que no solamente debían estar sancionados en leyes y convenios sino […] en el trato diario y en la conciencia de los empresarios y de sus agentes, de los representantes del estado, burocracias, poli cías, justicia, etc., así como, en general, por las clases medias y dirigentes, por la prensa y demás medios de expresión . En eso se establece la fortaleza que imbrica al Movimiento Obrero con el Peronismo, pues no es una mera adscripción a un partido sino la encarnadura del pensamiento de los trabajadores en su expresión política

Uno de los hechos más simbólicos de ese nuevo sindicalismo se produce en diciembre de 1958, cuando el gobierno de Arturo Frondizi anuncia el Plan de estabilización elaborado a partir de las recomendaciones del FMI; en ese marco, el 10 de enero de 1959, el Poder Ejecutivo envió al Congreso de la Nación un proyecto de Ley de Carnes que contemplaba la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre –propiedad del estado nacional- y que abastecía el consumo interno de la Capital Federal. El objetivo manifiesto era venderlo a la Corporación Argentina de Productores (CAP), ente mixto controlado por los ganaderos.

Los trabajadores y los sindicatos consideran que esta venta está más cerca del negociado que de un estado deshaciéndose de una empresa productiva, además de tener la certeza de que ello significará despidos en masa. El dirigente sindical Sebastián Borro organizará la toma y resistencia a la venta. Se coloca un enorme cartel en la puerta del frigorífico que dice: ¡Patria sí! ¡Colonia, no! Radio Rivadavia le hace una entrevista que sale directo al aire, donde queda claro que las intenciones de los trabajadores es resistir a la venta como defensa a su fuente de trabajo, el Gobierno sin embargo decide castigar a la radio con la suspensión de su emisión por un mes. Finalmente aparecen alrededor de novecientos agentes de policía, carros de la Guardia de Infantería, bomberos, patrulleros, cuatro tanques Sherman y varios jeeps cargados con soldados que portaban ametralladoras y después de tres horas de refriegas se desaloja el lugar.

Como respuesta a ese operativo militar el barrio de Mataderos se subleva y aparecen barricadas, se corta el alumbrado público de noche y la Juventud Peronista siembra las calles con «miguelitos», invento tan argentino como el dulce de leche. El temor de los trabajadores se confirma y se declaran cesantes más de cinco mil de ellos, los dirigentes sindicales Augusto T. Vandor y Sebastián Borro son detenidos, junto a John W. Cooke y los miembros de la Juventud Peronista Susana Valle y Felipe Vallese. La Cámara de Diputados de la Nación realiza una investigación en 1974 que descubre que la CAP había pagado sobreprecios a sus asociados durante años y que los quebrantos eran enjugados con fondos públicos .

También sostenemos que este hecho posee un simbolismo particular porque en la represión el Ejército Argentino y la Policía Federal aplican un plan anti-subversivo, al cual llamarán Conmoción Interna del Estado (CONINTES) que se corresponde con la doctrina de guerra que enseñan los asesores franceses y que se aplicará con posterioridad a 1976. El plan significó la intervención coordinada de tropas, tanques y policía y la declaración de zona militar a muchos barrios de trabajadores en Buenos Aires, La Plata, Berisso y Ensenada.

Al respecto, el teniente coronel Jean Nouguès –asesor militar francés en Argentina en la época- afirmará que el plan CONINTES terminó con un indudable éxito y proporcionó a las autoridades civiles y militares una experiencia que podría ser de gran valor en otra oportunidad, afirmando que el hecho subversivo había sido producido por una conjunción peronista-comunista, especialmente por los elementos comunistas provenientes de los Uturuncos . Claro está que esta vez no se trataba de vietcong comunistas o miembros del Frente de Liberación Nacional argelino (FLN); eran los trabajadores peronistas, y en lugar de la casbah, era el Frigorífico Lisandro de la Torre y el barrio de Mataderos.

Otro hecho significativo ocurre en 1962 con la detención y posterior desaparición del dirigente de la Juventud Peronista Felipe Vallese, joven delegado del Sindicato Unión Obrera Metalúrgica (UOM) de 22 años que trabajaba en la fábrica TEA. Es detenido el 23 de agosto en la calle Canalejas frente al 1776 a las 23.30 hs., a pocos metros de su casa (en el bario porteño de Flores); el grupo interviniente pertenecía a la Unidad Regional de San Martín de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y estaba comandada por el oficial principal Juan Fiorillo.

Junto a Vallese, fueron secuestrados su hermano mayor Italo, Francisco R. Sánchez, Osvaldo Abdala, Elba R. de la Peña, Rosa Salas, Mercedes Cerviño de Adaro, Felipe Vallese (h) de 3 años de edad y dos niñas de 8 y 10 años, hijas de una de las detenidas. Todos los adultos fueron sometidos a torturas mientras repiqueteaba la pregunta ¿Dónde está Rearte? Están preguntando por el militante de la Juventud Peronista Alberto Rearte. Su hermano Italo fue el último en verlo moribundo . El intento oficial de desmentir los sucesos se expresa en un comunicado formal del jefe de Policía Bonaerense que, releído luego de 40 años, suena como un lugar común: Detenidos el 23 de agosto de 1962 en la localidad de José Ingenieros, partido de Tres de Febrero, por una comisión del servicio de calle de la Unidad Regional de San Martín, cumpliendo directivas de la superioridad para la prevención y represión de actividades subversivas y disolventes, al mando de Juan Fiorillo. Este hecho se presenta como una muestra de aplicación de las teorías que proponen la desaparición de personas como técnica de guerra.

  • ¿Democracia con proscripción?

El golpe de estado de 1955 señala el momento de mayor tensión de una Argentina dicotómica, un país de «peronistas» y «anti-peronistas» incapaces de hablar entre sí. Esta imposibilidad de diálogo sobre la legitimidad de los hechos, manifiesta el grado de desacuerdo existente. El mismo se va transformando en intolerancia y así se llegó a que, un sector de los argentinos no podía convivir con el otro, llegando a la situación más cercana a la guerra civil en el siglo XX. Aquí se inicia un drama triangular en la vida argentina: los militares como factor de poder, los partidos políticos enfrentados a Perón y finalmente Perón y el Peronismo.

Buscando mayor claridad aún, encontramos que la realidad política argentina se constituía por los «peronistas» y por los «anti-peronistas», esta falta de identificación positiva de aquello que estaba enfrentado al Peronismo se manifiesta en la imposibilidad de alcanzar un proyecto diferenciado de éste. Triunfaba entonces aquel que contaba con el apoyo de los factores de poder, especialmente de las Fuerzas Armadas.

Como parte del «folklore político» aparece para designar a los anti-peronistas el calificativo de gorila. Esta aparición no deja de llamar la atención a «tirios y troyanos» y así, en el diario «El Mundo» del 3 de noviembre de 1956 aparece un artículo titulado «¿Por qué «gorilas»?», donde se intenta dar cuenta desde una cierta positividad del calificativo, que recoge Tomás Abraham cuando sostiene que la palabra «gorila» para los revolucionarios [golpistas de 1955] señalaba a los hombres sin reservas, dispuestos a realizar cualquier sacrificio y entablar una lucha a muerte . El mencionado artículo supone una conversación con François Sagan de un intelectual argentino quien se ve en la necesidad de explicar el significado de esa caracterización, pero, más allá del «examen de civilidad» que algunos intelectuales conciben que tienen que realizar ante sus pares europeos, «gorila» señalaba a un personaje cruel, deforme en su tamaño y destructor. Los peronistas miraban un anti-peronista y pensaban en King Kong.

Tal como era esperable, la conjunción de los partidos y sectores opuestos al Peronismo durará poco tiempo. Eugenio Kvaternik considera que a partir de 1955 los partidos argentinos no pudieron escapar al «dilema del prisionero». En esta metáfora aparecen dos prisioneros que tienen dos posibilidades: a) si ambos se delatan se reducen las penas; b) si uno de ellos opta por delatar, el que calla carga las penas de ambos y finalmente, la falta de confianza en el otro provoca que los dos «canten». De modo análogo la desconfianza de los partidos políticos los empujó a actitudes desleales .

Es curioso como en las explicaciones que realizan los politólogos acerca de lo sucedido no aparece el elemento común otorgador de sentido; solo es explicable esta ausencia por el pre-juicio compartido por aquellos actores y estos analistas. De acuerdo a nuestra visión, el anti-peronismo lograba corporeizarse frente a la presencia del Peronismo y cuando intentaba negarlo, no solo se ocultaba una importante porción de la realidad política argentina sino que -fundamentalmente- desaparecía el elemento aglutinante.

Para comprender esta situación es necesario entender que la estrategia general de Perón responde esencialmente al enfrentamiento con sus adversarios en el campo político mediante la táctica del «cerco», contando para ello con dos elementos fundamentales: la lealtad del pueblo peronista y la fragmentación de la oposición, a quién irá sumando a su «cerco» a la par que a los jóvenes provenientes de los sectores sociales más anti-peronistas.

Perón presentará batalla en la totalidad del espacio político; desde el punto de vista del espacio institucional, solo obtendrá algunos escaños en el Legislativo nacional y provinciales en los breves períodos de gobiernos constitucionales, se lograr recuperar la CGT; pero el «espacio de la batalla» elegido por él será político-social: disputará la conducción de la clase media, persona a persona, segmento a segmento.

¿Cómo entendían la democracia los enemigos de Perón? Un claro ejemplo de ello lo da el decreto que promulga el general Aramburu el 27 de abril de 1956, por el cual se anula la Constitución sancionada por una Asamblea Constituyente en 1949 y por el mismo acto reimplantó la Constitución sancionada en 1853. Los artículos más cuestionados serán los que establecían la función social de la propiedad, los derechos sociales y la reelección presidencial. El Congreso Nacional es reemplazado por un organismo que oficia de consejo asesor en el área legislativa denominado Junta Consultiva Nacional, cuyo presidente es el contralmirante Isaac F. Rojas y entre sus miembros destacados se encuentran muchos políticos prominentes de la época como Laureano Landaburu, Carlos Alconada Aramburu, Alicia Moreau de Justo, Oscar Alende, Juan Gauna, Américo Ghioldi, Luciano Molinas, Julio Noble, Nicolás Repetto, Horacio Storni, Miguel A. Zavala Ortiz.

En julio de 1957 habrá elecciones de Convencionales Constituyentes cuya misión era legalizar el decreto del gobierno «de facto». Aquí aparece una nueva paradoja de la historia argentina, pues quienes discutían tecnicismos de la Asamblea Constituyente de 1949 aceptaban una derogación por decreto en 1956. Se llega a la elección con la proscripción del Peronismo, que entre otras cosas significaba la inhabilitación de 120.000 militantes y 250.000 dirigentes y delegados sindicales, por ello Perón decide impulsar el voto en blanco . El resultado de la elección cuestionó la legitimidad y legalidad de la acción a llevar adelante pues se impondrán los votos en blanco. El resultado final fue: en blanco 2.115.861; radicales del pueblo 2.106.524 (Balbín) y los radicales intransigentes (Frondizi) 1.847.603.

Podemos señalar que el signo más claro de la falta de aglutinamiento de la oposición nos lo presenta el propio partido radical que concurre a las elecciones presidenciales de 1958 dividido en once partidos: la UCR Intransigente, UCR del Pueblo, UCR Intransigente (Lista Verde), UCR Auténtica, UCR Bloquista (Convención Provincial), UCR Bloquista (Tradicional), UCR Antipersonalista, UCR de Santa Fe, UCR Intransigencia y Renovación, UCR Intransigencia Nacional y UCR Intransigente (Lista Roja y Blanca). El estado de ingobernabilidad generalizado mantiene latente el peligro del regreso del Peronismo.

La elección nacional para elegir nuevo presidente en 1958 se realiza con la proscripción del Peronismo, pero éste ha sellado finalmente un acuerdo con la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) a cambio de la normalización sindical y el levantamiento de la proscripción de Perón. La fórmula Frondizi-Gómez obtendrá 3.983.478 votos contra 2.526.611 de la fórmula Balbín-del Castillo.

El programa de Frondizi se proponía modernizar la estructura productiva del país basándose en la profundización del proceso industrial iniciado por los Planes Quinquenales, la apertura al capital extranjero –en especial al estadounidense- y un programa de austeridad. El modelo de producción industrial será el fordismo y buscará el desarrollo de la industria pesada, el autoabastecimiento del petróleo y la atracción de grandes inversiones, especialmente en la industria automotriz.

 

El Presidente Arturo Frondizi

Terminada la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos llevan adelante, juntamente con el plan de reconstrucción de Europa del general Marshall, lo que llama Michael Pollack un plan Marshall intelectual. Así surge el funcionalismo, cuyo principal mentor es Talcott Parsons, como teoría social justificante del nuevo modelo de estado y sociedad propuestos. Parsons sostiene -siguiendo a Durkhein y Weber- que la sociedad es básicamente un sistema ordenado y en equilibrio y ella misma le brinda consenso a las normas que guían la acción, abriendo la puerta para plantear la identidad entre sociedad y mercado, donde el consenso social es la herramienta de mediación entre el pueblo y el Gobierno. Esto es, la legitimidad de las normas y valores que sustentan el orden vigente como la del propio Gobierno está dada por ese consenso vertido en forma tácita o mediante elecciones eliminando la aclamación del poder, la política de movilización. Así pensado, el sistema social es concebido como autoregulable y siempre tendiendo al mantenimiento del equilibrio, algo bastante cercano a la «mano invisible» de Adam Smith.

Esta posición generó una gran adhesión en la intelectualidad de clase media argentina a la que hoy llamaríamos «progresista», pues veían en ella una forma de acceder a una instancia de organización social donde lo que primaba sobre lo político eran lo técnico-burocrático y así, encarnado en nuestro país, permitiría una política de integración de las bases del Peronismo por medio de un proceso de desarrollo económico que, a la vez que les proporcionaba una mejor calidad de vida producía una consecuente «despolitización» de los trabajadores

Contrariando la posición que Frondizi había planeado en oposición a Perón, decide realizar los contratos petroleros con las empresas extranjeras que permitan el anhelado autoabastecimiento petrolífero (la producción petrolífera en 1958 era de 4.9 millones de metros cúbicos, alcanzando en 1962 15 millones). Entre 1958 y 1962 se produce una significativa inversión de capitales externos -no igualable hasta la que se realiza a partir de 1990- con cerca de 550 millones de dólares que fueron destinados a instalar empresas industriales que se dedicaron en lo esencial a abastecer la demanda local.

Se inicia a partir de allí una prolongada fase de expansión industrial con un creciente predominio de las empresas extranjeras que irán remodelando la estructura económica interna diferenciándola de la que se iniciara durante los primeros gobiernos Peronistas y que se complementa con las políticas instrumentadas entre 1966 y 1969, con la afluencia de capitales extranjeros destinados a la ampliación de los establecimientos ya instalados así como la adquisición de firmas locales.

El nuevo proceso de acumulación se basará en la articulación de un sector agropecuario -que al mismo tiempo que satisface al mercado interno, es en muchos casos competitivo en el mercado internacional y genera el grueso de la exportaciones- con un sector industrial amparado por una alta protección contra la competencia de los bienes importados. En este sistema tienen especial relevancia tres actores: a) el estado productor de bienes y servicios como también asignador de recursos entre los distintos sectores sociales; b) el capital extranjero industrial que ejerce un alto poder oligopólico; c) los grandes productores agropecuarios que mantienen un fuerte poder sobre el sector a partir de la concentración de la propiedad de la tierra que detentan.

La concepción desarrollista llevada adelante durante el gobierno de Frondizi tenía como mentor a Rogelio Frigerio quien, de alguna manera se hace eco de una tendencia de la política externa estadounidense de promover un paradigma de «welfare state» a escala mundial, adaptado para América Latina por la CEPAL. En palabras del propio Frigerio esta concepción arranca del concepto de mundo subdesarrollado como aquel que está incapacitado para financiar el crecimiento sostenido de sus fuerzas productivas con el producto de sus exportaciones primarias .

Ramón Prieto, que participa junto con Rogelio Frigerio de la reunión con Perón recuerda que para éste último Frondizi accedía al gobierno, pero no al poder. Este se mantendría en manos de la camarilla militar anti-peronista, límite real del nuevo gobierno. El acuerdo entre Perón y Frondizi suponía, desde la perspectiva de Frigerio, una gradual asunción del poder por el gobierno de Frondizi, posibilitado por el desarrollo acelerado de la economía como base de la satisfacción de las justas reivindicaciones sociales de los trabajadores y el empresariado nacional .

En junio de 1958, el presidente Frondizi restituye la personería jurídica a la CGE –como parte de un programa de distensión- a su vez el Gobierno elevó al Congreso de la Nación y éste aprobó una amplia ley de amnistía el 23 de mayo de 1958 que benefició a 41.000 personas; se levantaron las inhibiciones gremiales, con lo que se beneficiaron cerca de 200.000 sindicalistas, aprobándose -poco después- la ley de Asociaciones Profesionales restituyendo el principio de central de trabajadores única. Finalmente se dispuso un aumento de sueldos de emergencia del 60%.

Los sindicatos irán siendo normalizados y trabajadores que políticamente se reconocen como peronistas irán ganando desde las comisiones de base hasta los secretariados generales de los respectivos sindicatos. La expresión política del sindicalismo peronista serán las denominadas «62 Organizaciones de pie junto a Perón», creadas el 26 de agosto de 1957. Pero la rehabilitación política no llega y a los cuatro meses de la asunción de Frondizi.

El Gobierno desarrolla su maniobra de integración hasta 1962 en que deberá llamar a elecciones para realizar su maniobra de integración, maniobra lenta y disimulada que trata de ganar la opinión pública mediante una acción eficaz en su gestión de gobierno .

Si bien se cumple una parte del compromiso entre Frondizi y Perón (la normalización sindical) no se levanta la proscripción de Perón. Justo es decir que más allá de la voluntad del presidente Frondizi, el poder que posee es escaso para contrarrestar el condicionamiento por parte de los militares anti-peronistas, que es lo suficientemente grande para que no pueda siquiera intentarlo. Una medida de ello lo da la existencia de más de 34 crisis militares o «planteos» -como se los denominaba- que realizaran las Fuerzas Armadas al Gobierno. Por su parte, Perón se apresta a dar combate electoral, teniendo en cuenta que nunca hemos sido un partido político, ni lo seremos, sino un Movimiento Nacional, por eso hay que formar nuevamente el Frente Justicialista .

Ante el llamado a elecciones en 1962 para elegir gobernadores, en la provincia de Buenos Aires -el distrito electoral más importante- se presentará la fórmula Andrés Framini-Francisco M. Anglada bajo la sigla partidaria «Unión Popular» . El 18 de marzo de 1962 se realizaron elecciones en la Capital Federal y en 17 provincias pero al conocerse el resultado se oscureció de inmediato el panorama político e institucional: en Capital Federal, el oficialismo se imponía por un margen del 8% a Unión Popular y se imponía en Corrientes, Entre Ríos, Santa Cruz, Santiago del Estero y Tierra del Fuego; pero el Peronismo lo hacía en la Provincia de Buenos Aires con un 30% más de votos que el oficialismo y ganaba en Tucumán, Chaco, La Pampa, Misiones, Neuquén, Río Negro y Jujuy. Los totales nacionales daban al Peronismo -bajo diversos nombres- el 30.9%, a la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) el 26.2% y a la Unión Cívica Radical del Pueblo el 19.9% Es cierto que no es un triunfo aplastante, también es cierto que debía luchar contra todo incluso la proscripción, pero el resultado alcanzó para que la sombra de Perón volviera a proyectarse sobre el escenario político argentino.

 

Los intereses británicos preferían mantener el gobierno de Frondizi y de acuerdo con documentos desclasificados en 1997 del Foreign Office, el viaje del príncipe Felipe de Edimburgo a Argentina traía una señal de respaldo. La Fuerzas Armadas y especialmente la camarilla más anti-peronista no veían con buenos ojos la política del gobierno laborista inglés de entonces y se inclinaban por un acercamiento con los Estados Unidos.

En las primeras horas del 19 de marzo y bajo la presión del “partido militar», el presidente Arturo Frondizi decreta la intervención y anula el resultado electoral en las provincias de Buenos Aires, Chaco, Río Negro, Santiago del Estero y Tucumán para garantizar la forma republicana de gobierno. El proyecto modernizante del desarrollismo poseía una debilidad estructural, y ella está en relación con las Fuerzas Armadas, las cuales se hayan divididas en dos sectores en pugna: azules y colorados, que discrepaban en como oponerse al Peronismo; por otra parte, el desarrollismo carecía de apoyo social propio ya que un sector de la clase media que originalmente lo acompaña va dejándolo en la medida que no aparece como un sustituto “socialdemócrata”. Todo ello hace que la experiencia del desarrollismo fracase.

El presidente Frondizi ha renovado parcialmente el gabinete con ministros «bien vistos» por el «partido militar» y solicita al general Pedro E. Aramburu -quien guardaba gran prestigio entre los oficiales de las Fuerzas Armadas- que contribuyera a la resolución de la crisis dando su apoyo al Gobierno. Antes de veinticuatro horas, Aramburu, lejos de fortalecer al mismo y las instituciones constitucionales -no podemos hablar de instituciones democráticas en estas circunstancias- hace gala de una convicción «golpista» y declara a los periodistas que la renuncia del presidente no significará la quiebra del orden constitucional porque en la Constitución están previstas todas las circunstancias de sucesión del gobierno . La CGT hace conocer una declaración en que insiste en la preservación de las instituciones. Los radicales le hacen un guiño al «partido militar» y el 27 de marzo de 1962 el ministro de Defensa, Rodolfo Martínez, comunica al país por la cadena de radiodifusión que las Fuerzas Armadas «coincidentes con los términos de la carta del general Aramburu solicitaron el alejamiento del presidente Frondizi».

El 29 de marzo de 1962 los jefes de las tres armas anunciaron al país que el presidente de la República ha sido depuesto por las Fuerzas Armadas. De inmediato, José María Guido, juró como presidente ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, realizando una aplicación bastante singular de la ley de Acefalía, dado que el nuevo presidente de la Nación era el presidente del Senado.

Es nombrado Federico Pinedo ministro de Economía, quien provocó una drástica rectificación en la política económica al ordenar el retiro del BCRA del mercado cambiario, produciéndose un alza del 53.65% del dólar; impuso recargos a la nafta, a las importaciones, al impuesto a las ventas y suspendió el régimen de promoción industrial automotriz. El impacto fue negativo y significó la renuncia del ministro. Será reemplazado por Alvaro Alsogaray quien, después de consultar al Fondo Monetario Internacional lanza el «Empréstito Nacional de Recuperación 9 de julio», bonos con que se pagan los haberes a empleados públicos y jubilados. Esto se transformó en una «estafa popular» ya que los bancos no los cambiaban y en el mercado no se reconocía el valor nominal sino aproximadamente del 60%.

Huberto Illia

Soterradamente por momentos, públicamente en otros, existe una «interna» militar delimitada entre «azules» y «colorados», representando los primeros a los moderados –que juegan al desgaste con el tiempo y la muerte de Perón- y los segundos, los ultra-gorilas que quieren ejercer más represión. Hacia fines de septiembre el enfrentamiento llega finalmente a las armas y se impone el bando «azul», la figura que surge nítidamente como el caudillo militar de estos últimos es el general Juan Carlos Onganía y se expresará su proyecto por medio del comunicado 150, redactado como proclama por el abogado, politólogo, periodista y «gran fragotero»: Mariano Grondona. En el mismo se sostiene que se exija a todos los partidos políticos organización y principios democráticos y que aseguren la imposibilidad del retorno a épocas ya superadas . El 14 de febrero de 1963 el Poder Ejecutivo da fuerza de ley al decreto 7164/62 mediante el cual se reestablecía la plena vigencia del decreto 4161/55 que prohibía las actividades del Peronismo tras lo cual aparece la convocatoria a elecciones para el 16 de junio de 1963, recalcando la misma que, no podrán usarse símbolos de dictaduras pasadas o presentes.

Desde el punto de vista de las diferencias internas del «partido militar», el triunfo de Onganía es la derrota definitiva de los «colorados» que se corona con el pase a retiro de 200 oficiales de esa fracción y la pérdida por parte de la Marina del control sobre la Policía Federal que había ejercido desde el golpe de estado de 1955.

El «equipo político» del gobierno de Guido poseía dos sustentos, el teniente general Benjamín Rattembach y el general Julio Alsogaray que serán nombrados secretario y subsecretario de Guerra respectivamente y por otro lado, Rodolfo Martínez (h) vuelve a ocupar el Ministerio del Interior (que había ocupado en el último tramo del gobierno de Frondizi) nombrando a Mariano Grondona como subsecretario, luego reemplazado por Guillermo O´Donnell.

Rodolfo Martínez ensayará un plan que propone una fórmula ajustada a los «principios azules» y por el cual sostiene la necesidad de constituir un «frente» formado por el aporte principal del Peronismo, la UCRI y la Democracia Cristiana. Dicho «frente» tendría una fórmula común que sería la encabezada por el general Juan Carlos Onganía, el Peronismo no podría tener sino un tercio de los senadores y estaría predeterminado en que provincias podría triunfar electoralmente (ni la provincia de Buenos Aires, ni Córdoba ni Santa Fe) tampoco el candidato a vicepresidente podría ser de ese signo político.

Los militares estaban de acuerdo en negociar con el Peronismo pero preferían hacerlo con la dirigencia local y no con el mismo Perón, proponiéndoles que haciendo «buena letra» y con el tiempo podrían lograr mayores cuotas de poder . Algunos militares piden incorporar a las negociaciones a los radicales pero éstos proclaman rápidamente la fórmula Arturo Illia-Ricardo Perette para quedar fuera de este intento de negociación. Esto cambiará la actitud de Perón, quien denuncia que las limitaciones violentas y arbitrarias tienen una sola finalidad: proscribir al Peronismo sin decirlo . Concordante con ello, Arturo Illía declara en una cena en su honor de la Cámara Argentina de Anunciantes que se debe dejar al pueblo que vote libremente y que en el Colegio Electoral los partidos democráticos pueden dar una solución que contemple los intereses del país. Con la UCRP no van a tener ninguna dificultad…Perón no puede volver al país porque ya se ha cumplido su ciclo histórico . Con ello se trata de negociar con las FF.AA. mantener la proscripción al Peronismo y darle al radicalismo la oportunidad de acceder al poder.

 

La solución a esta crisis política se buscará el 18 de abril en la casa de Jacobo Timmerman, donde se reúnen Alvaro Alsogaray, Oscar Alende, Arturo Illia, Juan Carlos Onganía y Julio Alsogaray decidiendo que los miembros del Colegio Electoral elegirían a la fórmula radical más votada, obstruyendo así toda posibilidad al Peronismo .

En 1963 se convoca a elecciones nuevamente y Perón plantea un «frente» con candidatos extra-partidarios, ello hace que la UCR del Pueblo componga una fórmula de compromiso, esto es, el dirigente de mayor peso -Ricardo Balbín- deja su «natural» candidatura presidencial a un dirigente del interior de segunda línea, Arturo Illia. Pocos días antes de las elecciones Perón envía la directiva de votar en blanco para burlar la proscripción del Peronismo- y el triunfo será de la UCR, pero es digno de analizar los guarismos electorales: se encuentran en condiciones de votar 11.580.697 ciudadanos de los cuales lo hace el 86% (9.710.000) de ellos, el candidato radical Arturo Illía recibió 2.441.000 votos, solo el 25.1% de los votantes, por otra parte los votos en blanco sumaban 1.884.000. Estos resultados planteaban un problema, ya que la elección del presidente y vicepresidente era, por entonces, indirecta y los radicales no poseían mayoría absoluta en el Colegio Electoral por lo cual, hicieron una alianza con los conservadores, los socialistas democráticos y los democristianos, colocando a Arturo Illia como Presidente de la Nación, coronando así el triunfo de los «azules» y un gobierno de débil.

Los radicales poseían la mayoría en el Senado pero en la Cámara de Diputados solo tenían 72 miembros (37.5%) estando divididos los otros 120 lugares entre 12 partidos, por lo tanto, el Gobierno requería permanentes negociaciones y concesiones para lograr quorum en las sesiones y la aprobación de las leyes tratadas. Ello indicaba la necesidad de realizar un gabinete de coalición que fortaleciera la posición del Gobierno y el Presidente pero esta medida es rechazada tanto por Illia como por la cúpula radical.

Al poco tiempo, el Comandante en Jefe del Ejército, general Juan Carlos Onganía, comienza a expresar la voz de un caudillo «profesionalista», en tanto rechaza a los políticos y concibe a las Fuerzas Armadas explícitamente como un factor de poder. Así lo deja escuchar en la Quinta Conferencia de Ejércitos Americanos realizada en West Point (Estados Unidos) en agosto de 1964, donde sostiene que el deber de rendir obediencia al Gobierno cesaría como exigencia si éste se abusa en el ejercicio de la autoridad legal o si se usan las prerrogativas constitucionales contra las libertades de los ciudadanos. En parte este discurso parecería pensado como justificación del golpe de estado de 1955 y en parte está sentando las bases de la concepción autoritaria del poder militar argentino.

Desde el punto de vista económico, el modelo que el gobierno de la UCR intenta implantar es el de una industrialización sustitutiva distribucionista. Pero la medida de anular los contratos petroleros firmados durante el gobierno de Frondizi retrajo la inversión externa y dejó una cuantiosa deuda por indemnización a las empresas petroleras.

La situación salarial de los trabajadores se deteriora y la CGT lanza un «plan de lucha» en 1964. El juez Isaurralde consideró incursos de «instigación a cometer delitos» a los dirigentes sindicales que sancionaron dicho plan y decretó su prisión preventiva. Los 119 sindicalistas resolvieron no presentarse ante la Justicia, tampoco solicitaron su excarcelación y se preparó un paro de protesta de 24 horas que terminaba de romper las relaciones entre CGT y Gobierno. También aparece un prolongado conflicto en las Universidades donde personal docente, no-docente y estudiantes mantienen casas de estudios tomadas y realizan manifestaciones continuas demandando un mayor presupuesto universitario.

La situación político-institucional se enrarece cuando se inician las gestiones que apuntan a la realización del denominado «Operativo Retorno», el regreso del general Juan D. Perón a Argentina. Por una parte, militares retirados sostienen conversaciones con el secretario de Guerra al respecto y como respuesta a ello, el jefe de la Guarnición de Campo de Mayo -uno de los principales dirigentes del «partido militar»- general Alejandro A. Lanusse, ratificó su oposición terminante al retorno del régimen peronista y a la implantación de todo otro totalitarismo o extremismo . Por otra parte, los dirigentes sindicales encabezados por Augusto T. Vàndor -el más importante dirigente sindical del momento- declaran al volver de Madrid que el retorno de Perón en 1964 es un hecho y éste último envía un mensaje donde dice: presintiendo que puedo influir en la pacificación y unificación del pueblo argentino, contribuyendo así a reconstruir la unidad nacional, he decidido regresar al país .

El 1º de diciembre de 1964 cuando Perón emprende el retorno a Argentina junto a una pequeña comitiva abordando el avión sin dar a conocer su identidad -viaja con pasaporte paraguayo -; al aterrizar el avión en una escala técnica en el aeropuerto brasileño de El Galeao, es detenido durante 10 horas y devuelto a Madrid en el mismo avión. El gobierno brasileño declara que actuó en atención a un pedido argentino y dentro del más alto espíritu de amplia cooperación y amistad entre los gobiernos .

La posición que tomará posteriormente el gobierno radical será la de afirmar que el regreso no era «verdadero», que Perón no querría venir a Argentina o peor aun, la «operación retorno» fue concebida por Perón como un nuevo mito político capaz de detener el advertido proceso de dispersión, formulado con rigor a partir de 1963. Y su corto viaje no fue sino el ritual […] porque el mito necesita de la acción del mago .

El 20 de noviembre de 1964 se anuncia el llamado a elecciones a realizarse el 14 de marzo de 1965, para renovar parcialmente la Cámara de Diputados de la Nación. El partido Justicialista obtuvo la personería política el 7 de enero de 1965 que le permitía actuar en todo el país, pero al finalizar el plazo de presentación de listas el 25 de enero se denegó la personería antes otorgada, decisión ratificada por la Cámara Nacional Electoral un mes después. Esta situación no es sino el síntoma de la debilidad del Gobierno y muestra al Poder Judicial no como uno de los clásicos tres poderes sino como un factor de poder concurrente en sus intereses con el «partido militar». Volverá a aparece el partido «inventado» por Atilo Bramuglia -ex-canciller del primer gobierno de Perón- «Unión Popular» (UP) tras el cual se encauzará el Peronismo en la mayoría de los distritos. El gobierno aclara que se llega a las elecciones «sin odios ni rencores». Los radicales triunfan en Capital Federal, Santiago del Estero, Santa Fe, Misiones, Chubut y Entre Ríos en tanto que la UP lo hacía en la Provincia de Buenos Aires, Córdoba, La Pampa, Santa Cruz y el Chaco; los llamados «neoperonistas» lo hacían en Río Negro, Neuquén, Tucumán y Salta; los conservadores en Mendoza, San Luis y Corrientes y el bloquismo en San Juan. Pero el resultado general a nivel nacional mostraba que la UP -o sea el Peronismo- se imponía por el 0.40%. Más allá del escaso porcentaje que daba el triunfo tenía éste un profundo significado simbólico: no hay sistema político en Argentina si no se contempla a Perón y al Peronismo.

El gobierno radical, sin dejar tener algún acierto en su política económica, no puede dar respuesta a la cuestión del Peronismo. En las elecciones de renovación de diputados nacionales sigue ganando bancas tras siglas ficticias y el grupo duro del llamado «partido militar» comienza a inquietarse. Uno de sus mejores publicistas, Mariano Grondona, comienza la «preparación» desde la prensa del futuro golpe de estado. Acusa al Gobierno de no abordar los problemas reales, esto es, que se hace con ese Peronismo que avanza . Un poco más adelante, afirmará que para llevar al país a los altos destinos que le esperan, hay una sola solución, el Ejército, y un solo hombre: el general Onganía . A principios del año siguiente, sostendrá: hoy las reservas del país son dos, una es el Ejército y otra es Onganía . El 28 de junio de 1966, el general Juan Carlos Ongania encabeza un golpe militar que destituye al presidente Illia.

El nuevo gobierno hace conocer un documento denominado Objetivos políticos de la Revolución Argentina, cuyos autores fueron, el general Julio Alsogaray, su hermano Alvaro Alsogaray y Mariano Grondona en el cual se habla de «los tiempos» que se fijan los nuevos gobernantes: primero habrá un «tiempo económico» para desarrollar Argentina , luego uno social que permitiría alcanzar el bienestar y finalmente –no antes de 10 años- llegaría el «tiempo político» para comenzar a reorganizar desde el municipio hasta el estado nacional . Hay una joven generación que comienza a manifestarse por medio del rock nacional, así aparece Moris quien escribirá:

Ayer nomás,
en el colegio me decían,
este país
es grande y tiene libertad.
Hoy desperté
y vi mi cama y vi mi cuarto,
en este mes
no tuve mucho que comer.

A diferencia de los golpes de estado y “planteos” militares que se realizan entre 1955 y 1966, el general Onganía traía consigo un equipo que había realizado una reflexión sobre los sucesivos fracasos que las intervenciones militares generaban. En ellos hay una comprensión de que aquel «muerto el perro, se acabó la rabia» que inspirara a los «gorilas» más primarios era inoperante; que Frondizi había estado en lo cierto en la necesidad de instaurar un nuevo modelo de crecimiento económico y de ordenamiento social pero que, por las características argentinas –léase el Peronismo- no se podía realizar dentro de un sistema democrático; por eso aparece un nuevo modelo al que un autor –Guillermo O’Donnell, quien reemplazara a Mariano Grondona en el Ministerio del Interior en 1962- llamará el «estado burocrático-autoritario». Más adelante veremos que este será el punto de inicio de una nueva reflexión militar a partir de 1976.

El este modelo de estado se corresponde con un aspecto de la sociedad argentina que acuerda con una estructura de poder ligada a sectores oligopólicos y transnacionalizados de la economía, transformándose una parte de la clase media y alta en la base social de dicho acuerdo. El principal problema que deben resolver está centrado, desde el punto de vista institucional, en las organizaciones que permiten la expresión de los sectores populares que quedan fuera del acuerdo y que deben ser “dominados” para la realización de este modelo .

 

Las dos áreas institucionales claves son: los partidos políticos y los sindicatos. Frente a los cuales cobran peso decisivo la represión, la suspensión de los partidos políticos y la “normalización” económica que busca neutralizar-captar a las estructuras sindicales.

El modelo económico llevado adelante por Adalbert Krieger Vasena parte del presupuesto que solo un gobierno «fuerte», capaz de garantizar el orden, podía crear el terreno propicio para las inversiones que se requerían para completar la industrialización y promover el desarrollo con un programa en tres tiempos -el económico, el social y el político- establecía ciertas prioridades en cuanto a las medidas concretas a adoptar. El patrón de acumulación de capital estaba sesgado en beneficio de las grandes unidades oligopólicas de capital privado y de algunas instituciones estatales promoviendo una mayor transnacionalización de la economía.

Desde las instituciones se lleva adelante un proceso de “despolitización” de las cuestiones sociales, proclamando la utilización de criterios neutros y objetivos de racionalidad técnica. Mientras tanto se produce una fuerte devaluación del 40%, la suspensión de los convenios colectivos de trabajo, la sanción de una ley de hidrocarburos, que permitía la participación de las empresas privadas en el negocio del petróleo y la sanción de la ley de alquileres que facilitaba los desalojos. También se suspendieron los aumentos de los salarios por el término de 2 años; después de un pequeño aumento, se congelaron tarifas públicas y de combustibles y se estableció un acuerdo de precios con las empresas líderes. Se desarrolla un plan de obras públicas, básicamente caminos, puentes sobre el río Paraná y se completa el túnel subfluvial Santa Fe-Paraná; pero la gran obra será el complejo energético Chocón-Cerros Colorados. Aquí aparecerán por primera vez como grupo particularmente beneficiado los «contratistas del estado».

El «cordobazo» y los asesinatos de Pedro E. Aramburo y Augusto T. Vándor –nunca claramente esclarecidos- signan la derrota del «onganiato» y la aparición de la última figura de lo que se había denominado por la época: el «partido militar», surge el general Alejandro A. Lanusse como negociador con Perón de una salida política, que buscará tenga el menor costo para las FF.AA.

Hay un pequeño período entre el gobierno de Onganía y el de Lanusse (18.06.1970-23.03.1971) que lo ocupa el general Marcelo Levingston, a quien le ofrecen la presidencia como presente griego. El mismo recuerda: Yo estaba en Washington como agregado militar y representante del Ejército ante la Junta Interamericana de Defensa. El 13 de junio de 1970 recibo un llamado del general Lanusse, que me pregunta: «¿Está dispuesto a retirarse para ocupar un cargo?». Yo era general de brigada y pensaba que iba a ascender a general de división, así que le respondí que no estaba dispuesto. Entonces me dice: «El cargo que yo le ofrezco en nombre de la Junta es el que está por encima de nosotros» .

 

General Agustín A. Lanusse

Antes de pasar un año, Lanusse inicia su gobierno (1971) y Miguel Cantilo denuncia una visión compartida: la Marcha de la bronca, que expresa el sentimiento de miles de jóvenes –politizados o no- de barrios, fábricas o universidades:

Bronca cuando se hacen moralistas
y entran a correr a los artistas.
Bronca cuando a plena luz del día
sacan a pasear su hipocresía.

con el as de espadas nos dominan
y con el basto te entran a dar.

Bronca porque no se paga fianza
si nos encarcelan la esperanza.
Los que mandan tienen este mundo
repodrido y dividido en dos,
culpa de su afán de conquistarse
por la fuerza o por la explotación.

Bronca con los dedos en ve,
bronca que también es esperanza.
Marcha de la bronca y de la fe.

Perón convoca en 1971 a los partidos políticos y reúne en torno de sí a la oposición política, como a los sectores sociales y económicos que lo apoyan. El Gobierno va quedando solo. El 22 de agosto de 1972, la Marina también abandona al Gobierno cuando, al sentirse defraudada por el resultado de las negociaciones del Presidente, provoca la reacción de éste asesinando un grupo de guerrilleros presos en Trelew (Pcia. del Chubut). El 17 de noviembre de ese año, Perón redobla el desafío y regresa a Argentina como una muestra de fuerza y el 11 de marzo de 1973, en las elecciones presidenciales, gana Héctor J. Cámpora, candidato del Frente Justicialista para la Liberación (FREJULI).

El 25 de mayo de 1973 se llena otra vez la Plaza de Mayo, la canción es la misma, las fotos son las mismas, pero hay una generación nueva, para la cual tendrá desde ese momento un nuevo sentido la letra del tango que dice: no habrá ninguna igual, no habrá ninguna.

  • La aparición de una joven generación

Hemos hablado de la aparición de los jóvenes como sector social y la importancia que entre ellos tenía la universidad y sus modelos identificatorios, sus lecturas e ideas de debate. Veremos ahora como fueron evolucionando estos jóvenes frente a la propuesta de no-política que el gobierno militar les daba, el rechazo a las viejas estructuras del anti-peronismo y la voluntad de ser sujetos de la historia. Esa sensación es la que transmite Litto Nebbia con “Los gatos” canta “La balsa”:

Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado,
tengo una idea: es la de irme al lugar que yo más quiera.
Me falta algo para ir pues caminando yo no puedo,
construiré una balsa y me iré a naufragar.

Las canciones que venían de Estados Unidos hablaban en contra de la guerra de Vietnam, pero acá el problema era la policía , la cual tenía órdenes de detener a los “melenudos” –visto a distancia, ingenua forma de mostrar un descontento- a lo cual Miguel Cantilo le pondrá letra y música: yo adoro a mi ciudad, aunque me acuse de loco y de «mersa», aunque guadañe mi pelo a la fuerza, en un «coiffeur» de «seccional .

Los grupos de jóvenes formados dentro de la Iglesia comienzan a transitar un camino ideológico por el cual el proletariado o los obreros se identifican con los pobres por los cuales la Iglesia hace una opción, y esa será la base del «hombre nuevo» de que hablará la teología de la liberación y el che Guevara . Nadie cuestionaba, entre los jóvenes que se nutrían de esas lecturas antes mencionadas, el hecho de que había que hacer una revolución; la discusión será cómo se la hacía. Los jóvenes formados por la Iglesia post-conciliar e influenciados por concepciones nacionalistas fueron tomando del imaginario ideológico de la época, una mezcla de marxismo y cristianismo que los lanzaba a la búsqueda del «pobre-proletario-revolucionario» y, a poco andar, se les aparecía que ese arquetipo que buscaban en los barrios suburbanos se definía socialmente como trabajador y políticamente como peronista.

Esto produce una situación compleja de resolver. El viejo nacionalismo, con el que habían tomado contacto algunos de ellos, nunca entendió que la Patria era el Pueblo y por eso, entre otras cosas, nunca lo encontró . Los mentores de esta corriente, por su tradición intelectual, pensaban no sólo con categorías sino también a partir de hechos propios del mundo europeo que se cerrara tras la Segunda Guerra Mundial. Los viejos marxistas, con los que se habían relacionado otros, nunca entendieron que el proletariado del que hablaban era –en el mejor de los casos- el ruso, y por lo tanto nunca encontraron a los trabajadores argentinos, siguiendo desde el punto de vista del mecanismo ideológico el mismo patrón que los nacionalistas.

El caso es que la presencia de los jóvenes universitarios en el «territorio» los enfrenta a la única verdad: los trabajadores reconocen una identidad nacional, levantan como valor la Justicia Social y se llaman «peronistas», lo que les cuesta reconocer es que ello no es una adscripción emotiva –aunque en aquella época, las juventudes barriales decían portar un «peronismo de sentimiento» (paladar negro) frente al peronismo de los libros, que tendrían los jóvenes universitarios- sino que es una forma política propia de pensar. No se podía generar seriamente una revolución sin partir del reconocimiento de la identidad política de los trabajadores argentinos; se tomará la simbología de ellos, pero se sigue pensando que el método de análisis de la realidad es el materialismo dialéctico. A esta posición se la denomina «entrismo». Ello irremediablemente lleva –en el tiempo- a un cuestionamiento de la conducción del movimiento del cual forman parte los trabajadores, pues ésta no responde ni en sus análisis ni en sus acciones, a lo que la metodología marxista plantea.

José Amorín -uno de los viejos cuadros de Montoneros- cuenta una anécdota de su época de estudiante de Medicina en la Universidad Nacional de La Plata que muestra la situación del momento: en las asambleas, promovíamos la violencia como método de lucha y reivindicábamos al Peronismo como movimiento revolucionario. Con lo primero no había problemas y, si bien nunca dejamos de ser una notoria minoría, las discusiones eran civilizadas. Pero bastaba mencionar a Perón para que nos abuchearan y nos expulsaran de las asambleas al grito, irónico, de «alpargatas sí, libros no». La consigna era coreada tanto por la derecha como por la izquierda, lo cual contribuyó no poco a que nos identificáramos de una vez por todas, con fervor y furia, como peronistas. En Medicina no sumábamos más de diez o quince compañeros, pero a través de Baca -carismático secretario general del Centro de Estudiantes Peruanos y, cuando retornó a Perú, uno de los principales operadores de Velazco Alvarado- contábamos con el apoyo, incondicional e inconsciente, de los estudiantes peruanos cuyos votos nos permitieron dar vuelta más de una asamblea . Así, desde el punto de vista social, y para el conjunto de la clase media , ser de izquierda era «simpático» , ser peronista era intolerable, el «entrismo» consistirá en hacer aparecer un «peronismo de izquierda» donde el Peronismo ponía el número y el marxismo la inteligencia.

Las consecuencias que ello tuvo se manifiestan en la elección del camino de la violencia como metodología política bajo la forma de la guerrilla urbana y el convencimiento de encarnar la vanguardia revolucionaria que, por su conciencia de tal, era capaz de llegar hasta el final, allí donde los reformistas (Perón) no podían llegar . El viaje de entrenamiento a Cuba y el reloj que se entregaba como símbolo de su aprobación pasó a ser una parte muy valorada en el imaginario de los jóvenes que decidían tomar las armas. No puede hablarse, entonces, de la generación que inicia su vida social y política a fines de los sesenta sin hablar de las organizaciones armadas.

A estos jóvenes de clase media «de izquierda», María Elena Walsh les dedicará unos versos sarcásticos:

Gilito del barrio norte
que la das de inconformista
y te conformás con ser
flor de burgués,
sacristán de la violencia
mientras vos no la ligués.
Hablás mucho del obrero,
pero el único que viste
es el peón de una cuadrilla
por la calle Santa Fe.
Si cambiar el mundo
vos también querés,
laburá, casá los libros
o rajá para el Caribe
donde está Papá Noel.

El caso es que más allá de la crítica de la escritora, nada podía aportar desde una posición liberal; único político que va logrando encauzar ese descontento juvenil es Perón que, frente al paternalismo «sin destino» que proponía Onganía muestra una esperanza militante.

Una joven generación que se ha ido asomando pasada la mitad de la década del sesenta encarna la esperanza y es la clara señal de que se abre un momento de cambios en una sociedad madura. Tuvimos un atisbo de ello cuando después de 18 años de exilio, el general Perón regresa al país (…) lo acompañan un grupo de artistas, otro de intelectuales y aun un sacerdote (…) toda esa gente podía mostrar, alguna voluntad transformativa de la sociedad. Podría verse en la formación de la comitiva un propósito publicitario pero no cabe duda de que también había una cierta estimación de la realidad . Un texto de Soriano muestra el signo de esa transformación cuando pone en boca de uno de sus personajes el siguiente discurso: Vamos, nunca fui gorila. No era peronista y ahora sí, porque Perón se hizo democrático…

  • El cordobazo.

Ello era un síntoma más de lo que estaba pasando en Argentina y que irá tomando estado público en 1969. Durante unas jornadas de protesta de los estudiantes de la Universidad Nacional del Nordeste contra el aumento de los vales del comedor estudiantil, en la sede que esa casa de altos estudios posee en la ciudad de Corrientes, es asesinado por la represión policial el estudiante Juan José Cabral el 14 de mayo. Esto dio origen a numerosas acciones de repudio por todo el país. El 16 de mayo, en Rosario una movilización impulsada por los estudiantes en homenaje a Cabral fue reprimida ferozmente y la policía mata al estudiante Adolfo Bello, hecho que desembocó –el 21 de mayo- en la movilización popular conocida como Rosariazo.

En Córdoba, el 13 y 14 de mayo, militantes y dirigentes del sindicato del transporte (UTA), mecánicos (SMATA) y metalúrgicos (UOM) se enfrentan en la calle a la policía provincial cuando ésta intenta reprimir la manifestación por la anulación del «sábado inglés» que el Gobierno había planteado. En ese momento había dos CGT, una llamada «vandorista» y otra «combativa», que se reúnen y deciden un paro activo para el 29 de mayo. Los dos principales referentes, Elpidio Torres (SMATA) y Agustín Tosco (Luz y Fuerza) se movilizan personalmente para bajar la directiva hasta los delegados de base. Ese día a las 10.00 hs. comienzan a marchar las columnas de trabajadores y allí comienza algo inesperado y fuera de toda planificación: se suman a esas columnas miles de empleados de «cuello blanco», trabajadores de distintos gremios, estudiantes secundarios y universitarios, reclamando todos ya no sólo una reivindicación laboral sino una salida política. Los trabajadores y la clase media –sobre todo los jóvenes- desbordan a la policía provincial y «toman» el centro de Córdoba. Interviene entonces el Ejército para reponer el orden… pero tal como dijimos, el proyecto político de Onganía tiene allí su cierre definitivo .

El cordobazo

Entre el 10 y 16 de septiembre de ese mismo año se produce el segundo Rosariazo. En noviembre de 1970 se realiza una movilización similar en San Miguel de Tucumán. La característica común de estas movilizaciones es que reúnen a trabajadores y sectores de clase media (empleados y estudiantes) que expresan claras consignas políticas contra el gobierno militar.

  • Las organizaciones armadas.

En 1968, un puñado de jóvenes socialcristianos que luego constituirá el núcleo fundacional de Montoneros, formado por Fernando Abal Medina, Carlos Ramus, Mario Firmenich, Norma Arrostito, R.P. Carlos Mugica, Juan García Elorrio, Carlos Capuano Martínez, José Sabino Navarro, Fernando Vaca Narvaja, Carlos Maguid y Roberto Perdía irá radicalizándose; García Elorrio sostenía que la violencia contra el Gobierno estaba justificada como un acto de amor hacia los pobres, en tanto que el R.P. Mugica sostenía que la violencia era incompatible con el ejemplo de Jesús , ése era el tema de discusión.

A fines de 1968 y en enero de 1969 se realizaron dos congresos del denominado Peronismo Revolucionario. El tema central era, en primer lugar, la metodología de lucha para enfrentar a la dictadura del general Juan Carlos Onganía. Y en segundo lugar, qué política llevar hacia el interior del Peronismo. En ellos participaron el mayor Bernardo Alberte, John W. Cooke, Gustavo Rearte, varios dirigentes de la Confederación General del Trabajo de los Argentinos, Sabino Navarro, Carlos Hobert y Gustavo Lafleur. Todos los participantes, con escasas excepciones, coincidían en que al estar cerradas las vías legales de expresión política había que desarrollar la lucha armada. Lo que se discutía era en qué condiciones desarrollar esta lucha. Si era o no el momento de tomar las armas, si estaban dados los requisitos políticos, si no era menester desarrollar previamente una fuerte organización popular que diera sustento -político y logístico- a la acción armada, o si la misma generaría las condiciones para desarrollar la organización popular.

 

Muchos hombres que participaron de este accionar de la «resistencia peronista», tuvieron posteriormente alguna relación circunstancial con guerrilleros de los 70, pero de ninguna manera se puede concebir a estos últimos como continuidad de los anteriores, tal como lo querían los versos que cantaban los miembros de la Tendencia Revolucionaria: ayer fue la Resistencia/ hoy Montoneros y FAR… La violencia de la Resistencia Peronista nunca dejó de tener como eje y objetivo final el retorno de Perón y el hecho simbólico –generacional y políticamente- que reconocían como sentido de su accionar era la restitución de lo perdido en el golpe de estado de 1955. Los grupos guerrilleros conciben la violencia desde sí, con el objetivo de la toma del poder y reconociendo como hecho otorgador de sentido la instauración de la revolución socialista .

Había hacía fines de los sesenta un convencimiento de que las condiciones objetivas estaban dadas. En todo caso, no lo estaban las subjetivas, que consistían en la adhesión anímica del pueblo y, por consiguiente, su apoyo y compromiso con quienes protagonizaran esa lucha. Pero esas condiciones subjetivas se iban a generar por el solo hecho de la aparición de la lucha, la cual, consideraban iniciada con las acciones de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) que tomaron estado público cuando un pequeño destacamento rural, dirigido por Envar El Kadri, fue detenido en Taco Ralo (Tucumán) en 1968.

 

Envar El Kadri
Fuerzas Armadas Peronistas

Respecto del encuentro de 1969, Carlos Hobert escribió en agosto de 1974: De este congreso salen tres posiciones. Una que sustentaba fundamentalmente el Movimiento Revolucionario Peronista –Gustavo Rearte- y que sostenía la necesidad de profundizar la organización de la clase trabajadora, y que mientras esas condiciones no estuvieran dadas no se podía iniciar la lucha en el plano militar. La segunda posición sostenida por los sindicalistas que proponían el fortalecimiento de la estructura sindical, fundamentalmente de la CGT de los Argentinos que en aquel entonces era el único foco de resistencia real que había en el seno del movimiento peronista y la clase trabajadora, pero más allá de eso nada… La tercera posición sostenida por el «negro» Sabino Navarro, era que se hacía necesario lanzar la lucha armada para crear esas condiciones de conciencia y organización del pueblo peronista. Luego, de todos estos sectores unos se fueron por la derecha y otros por la izquierda. La posición del «negro» fue la de la mayoría. Pero si bien se estaba de acuerdo con llevarla adelante, no se hacía. Entonces nosotros sacamos una consigna que provenía del peronismo que decía mejor que decir es hacer . Y así fue: durante este congreso se pusieron de acuerdo Sabino Navarro y Gustavo Lafleur y se organizó el grupo armado después conocido como “grupo Sabino”, el cual constituyó una de las organizaciones originales que dio lugar a la existencia de Montoneros. Estos grupos armados, en el lenguaje de Juan D. Perón, buscaban acelerar los tiempos en que «partido militar» caería, transformándose respecto del accionar popular en «apresurados».

  • 25 de mayo de 1973

Para la conducción de Montoneros, las condiciones subjetivas del levantamiento popular se están acercando y pueden ser maduradas rápidamente, y así explican el sentido del asesinato del general Pedro E. Aramburu , presentado como el ajusticiamiento de quien fuera responsable de los fusilamientos de los insurgentes peronistas en junio de 1956. A partir de esa acción, y desde el punto de vista propagandístico, la organización guerrillera se presenta como el «enemigo principal» del gobierno militar, claro está, que siguiendo los acontecimientos de aquella época, tanto Onganía como posteriormente Alejandro A. Lanusse no se equivocaban al reconocer con la categoría de «enemigo principal» a Juan D. Perón. Paradójicamente varios de los fundadores de Montoneros habían tenido contacto en los años anteriores con el ala política del gobierno militar, que operaba tanto en el Ministerio del Interior como en la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE).

Este grupo culmina desarrollando una fuerza centrípeta de los diversos grupos guerrilleros más o menos cercanos al Peronismo -por convicción o por «entrismo»- como las FAP (Carlos Alberto y Ramón Horacio Torres Molina, Samuel Leonardo Sluvsky, Néstor Ramón Verdinalli, Envar El Kadri) y las FAR (Roberto Jorge Quieto, Juan Julio Roqué, Jorge Omar Lewinger, Arturo Lewinger, Francisco Reinaldo Urondo, María Antonia Berger, Juan Gasparini)

Entre los grupos que se mueven dentro del marxismo, diferenciándose claramente del Peronismo, la organización armada más importante es el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), para quienes el Peronismo era un fenómeno político contrarrevolucionario de corte «bonapartista» y continuista, que seguía la política antipopular y antinacional. Si bien reconocían matices que permitían distinguir un ala de izquierda y otra contrarrevolucionaria, el Peronismo era básicamente entendido como la expresión burguesa y burocrática que se proponía reorganizar el capitalismo atrayendo capitales imperialistas. Por su parte, Perón era visto como un neto defensor de su clase: la burguesa y, por tanto, era considerado como el jefe de la patronal, de la contrarrevolución y de la política represiva en el enfrentamiento popular con las fuerzas de la burocracia.

Consideramos que entre 1969 y 1970, con el auge de la conflictividad social en todo el país, comienza a resolverse la disputa por el poder hegemónico que se abriera en 1955, cuyo terreno de lucha era la clase media y que culminó con una profunda crisis de hegemonía en Argentina. Emergió una verdadera crisis , cultural, política y social es decir, una verdadera crisis en el sistema de relaciones de poder y sus discursos legitimadores surgidos a partir del cuestionamiento del proyecto que el Peronismo llevó adelante desde el Gobierno hasta mediados de los cincuenta. Fue entonces cuando la permanencia del orden establecido en 1955 comenzó a ponerse en duda por la acción de los sectores populares, que con sus constantes demandas económicas y reclamos de carácter político pusieron en jaque la precaria gobernabilidad del país.

Represión policial el 17 de octubre de 1970 en Buenos Aires

Para los miembros de esa generación que ha comenzado a aparecer en las calles, el autoritarismo representa con su proyecto lo absolutamente distinto de lo que ellos conciben bajo la fórmula «liberación nacional».

Como hemos tratado de mostrar, los grupos armados no nacieron ni por creación de Juan D. Perón ni dentro del Peronismo, lo cual no quita que hayan cumplido una función dentro de la estrategia de «cerco a la dictadura militar» que el propio Perón conduce, al igual que otros sectores de dentro y fuera de su Movimiento. El principal papel que cumpliera Montoneros por medio de lo que funcionaba como su «aparato de superficie», la llamada Tendencia Revolucionaria Peronista –“la Tendencia” – fue el acercamiento a la maniobra de Perón de jóvenes provenientes en su mayoría de hogares anti-peronistas , y en ello descubrieron «lo popular», sumándole una base social y política que provenía de los sectores adversos a su postura. No obstante, en el desarrollo de la construcción político-militar Montoneros promovía una identidad propia. Sin embargo, dicha organización se presentaba en sus comienzos como la vanguardia de un proyecto nacionalista revolucionario (…) consideraba que las masas peronistas, antes que la substancia, constituían el medio para llevar a cabo su particular experiencia. Reconocía la inmensa popularidad del liderazgo de Perón sin aceptar su carácter revolucionario, que sólo veía proyectado en su propia organización . Distinto es el caso del ERP, que siempre se presentó como una disciplinada formación trotskista y enfrentada a Perón y el Peronismo .

En 1973 se alcanza el Gobierno por vía de elecciones democráticas y Perón ha acumulado el poder necesario para lanzar un proceso de reconstrucción nacional; entonces sostendrá que la «guerra revolucionaria» debe terminar, dirá más precisamente, hay que volver al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia , respecto de las organizaciones guerrilleras sostendrá que no admitimos la guerrilla (…) eso no es posible dentro de un país donde la ley ha de imponerse (…) no le ponemos ningún inconveniente, si ese partido político –se llame Comunista, se llame ERP o cualquiera sea el nombre que tenga- quiere funcionar dentro de la ley, como estamos nosotros , finalmente, después de sostener lo innecesario de mantener la lucha y la necesidad de integración a la civilidad, aclara que los que quieran seguir peleando, bueno, van a estar un poco fuera de la ley porque ya no hay pelea en este país. Hay pacificación, que es la base sobre la cual nosotros hemos armado todo nuestro quehacer y hemos fijado nuestros objetivos .

El Perón ad hoc que habían imaginado los Montoneros, o al que habían pensado manipular –y al que llamaran el viejo- entra en conflicto con las aspiraciones de su conducción y la ruptura formal se produce el 1º de mayo de 1974, cuando el propio presidente los critica en la Plaza de Mayo llamándolos estúpidos e imberbes. Allí se inicia un proceso de separación entre «la paja y el trigo»: muchos militantes que detrás de esa organización y sus organizaciones de superficie coincidían en lo innecesario de un enfrentamiento, aun sosteniendo sus diferencias con el proyecto de Perón, se retiran y comienza así el desgranamiento de ese sector político. Muchos se irán a la casa, desensillando hasta que aclare, algunos conforman lo que se denominó Juventud Peronista Lealtad, reafirmando su condición de militantes peronistas, y un grupo minoritario se separa para conformar una alternativa político-militar a Perón . Volveremos sobre el tema más adelante.

La conducción de Montoneros, sosteníamos, tuvo en alto valor su autonomía, la cual ya estaba expresada en un documento del 9 de junio de 1973 –dos semanas después de haber asumido Héctor J. Cámpora el Gobierno- donde expresan: Nuestra estrategia sigue siendo la guerra integral, es decir la que se hace en todas partes (…) y por todos los medios con la participación de todo el pueblo en la lucha y utilizando los más variados métodos de acción, desde la resistencia civil, pasando por las movilizaciones, hasta el uso de las armas . Unos días antes del asesinato de José I. Rucci, Mario E. Firmenich es consultado por un periodista de una revista que es casi su órgano de prensa sobre si abandonaría la lucha armada, a lo cual responde, De ningún modo, ya que el poder político viene de la boca del fusil. Si llegamos a este punto, es porque teníamos fusiles y los usamos. Si los abandonamos sufriremos un retroceso en nuestra posición política .

Frente a esa situación, un militante de los más antiguos de la Juventud Peronista, Envar El Kadri, hará un análisis que busca mostrar la diferencia entre la violencia contra un gobierno autoritario y uno democrático, y a la vez, entre pensar con categorías marxistas y hacerlo con categorías peronistas: La legitimidad de nuestra violencia se basaba en que representábamos la voluntad mayoritaria del pueblo, que se expresaba políticamente en el peronismo (…) nunca utilizamos la violencia como un objetivo en sí, sino como medio para hacer respetar la voluntad popular. Por ejemplo, cuando asumió el gobierno constitucional en el 73, no continuamos desarrollando una acción violenta, porque consideramos que con ese gobierno el pueblo podía alcanzar sus objetivos por otros medios (…) La idea de vanguardia, la posibilidad de que una élite exprese a las mayorías, nos es ajena; nosotros somos parte del pueblo, para nosotros el peronismo era el pueblo organizado y no nos distinguíamos de él, no éramos una patrulla adelantada .

La posición tomada por Montoneros después de la muerte de Perón, signada por su reingreso a la clandestinidad, significa un cambio estratégico; así, afirmarán que esta campaña es parte de nuestra propuesta de «guerra integral» en la Guerra de Liberación popular y prolongada en la que estamos empeñados, llegando al paroxismo de afirmar en un momento en que todos los días se contaban los cuadros que se iban, que es necesario comenzar la preparación de la contraofensiva creando las condiciones materiales en lo político, militar y organizativo, para comenzar el contraataque contra el enemigo limitando progresivamente su libertad de maniobra y acumulando las fuerzas populares necesarias para ese momento . Ya no se trataba de una actividad propagandística por medio de acciones armadas sino de desafiar y enfrentar a un gobierno constitucional. Este cambio se dará principalmente por la asunción de un principio de legitimación revolucionaria y autorreferencial (…) Cuando las «formaciones especiales» expusieron su verdadero compromiso ideológico y práctico, quedó en evidencia que formaban parte de «otra revolución» .

El ERP, ante la renuncia del presidente Héctor J. Cámpora, considera que Perón ha realizado un autogolpe y decide iniciar acciones particularmente en la provincia de Tucumán, donde poseía algún predicamento entre de los trabajadores azucareros . En 1974, esta organización lanzaba la Compañía de Monte Ramón Rosa Giménez, con 50 a 100 combatientes armados en los montes tucumanos, que después de dos enfrentamientos en 1975 con el Ejército queda diezmada .

5 respuestas a “Una mirada política de la Historia Argentina. Tercera Parte

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  1. en plena epoca de la segunda guerra mundial , cuanod argentina dirigda en aquella epoca por rawson quien descidio que argentina seria neutral. ¿ washington proveia de armas a argentina?

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  2. El peronismo destruyó la Argentina, y no cabe la menor duda de su carácter autoritario, de inspiración fascista-populista, la reacción de las fuerzas armadas, fue inevitable, era la única institución que podía ponerle fin a los excesos de semejante régimen corrupto. No se puede ignorar que el gobierno surgido del pronunciamiento militar, inmediatamente convocó a elecciones, y la escoria peronista se puso a conspirar contra los gobiernos civiles generando inestabilidad, con el propósito de derrumbarlos y autoerigirse como la única alternativa de poder, así le va, pobre Argentina.
    Carminillo Mederos

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  3. Sí, tenés razón, Carminillo, la dictadura de Aramburu convocó elecciones «inmediatamente» después del golpe, o sea solamente tres años después. Primero se ocupó de suprimir la libertad política, perseguir y encarcelar a todos los peronistas, apropiarse de todos sus bienes, quitarles todos los derechos a los trabajadores, fusilar sumariamente civiles y militares democráticos, liquidar empresas estatales, hacer que aumente la pobreza, ingresar al FMI, disolver el Congreso de la nación, crear cuerpos paramilitares…
    Y tenés razón también en que todos los gobiernos surgidos después del golpe eran gobiernos legítimamente elegidos por el 25% de la población, mientras el resto permanecía proscripto y perseguido. Y tenés razón que a Frondizi o Illia no los derribó el mediopelaje embobado por los medios de comunicación, no los derribaron los militares que les iban a hacer «planteos» y les imponían ministros de economía, no los derribaban cada vez que daban la más mínima señal de querer permitir elecciones libres, no, no. Los derribaba «la escoria peronista», sí, sí, quedate tranquilo…

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